El domingo, 27 de diciembre de 2009

LA SAGRADA FAMILIA

(Samuel 1:20-22.24-28; I Juan 3:1-2.21-24; Lucas 2:41-52)

Sí, María y José saben que Jesús es diferente. Los ángeles les han dicho que él es el hijo de Dios. Querían decir que Jesús va a sentarse en el trono de David. Pero ¿cómo sus padres pueden darse cuenta que este futuro incluirá vivir como soltero y ser crucificado como criminal? A lo mejor piensan, como muchos padres hoy en día esperan por sus hijos, que Jesús será no sólo justo, sino poderoso, rico y padre de muchos hijos.

Por todo esto, la pareja se angustia cuando Jesús no asoma en la caravana. Probablemente dicen dentro de sus corazones algo como, “Alguna cosa mala ha pasado a nuestro hijo”. Hoy día nosotros llamaríamos la policía que pondría su nombre en carteleras de carretera a través de la región. Los padres de Jesús no pueden hacer más que regresar con prisa a Jerusalén para averiguar dónde esté su niño.

Realmente no debe ser problema encontrar a Jesús. Estará en el templo aprendiendo de los doctores de la ley. Cuando su madre lo reprocha por no haberles informado de sus paraderos, el responde que los dos los deberían haber sabido. Pues, ¿no es él el hijo de Dios? Y ¿no debería estar en la casa de su Padre ocupándose con las cosas de su Padre? También nosotros somos, en un sentido verdadero, hijos e hijas de Dios y tenemos que ocuparnos de las cosas de Dios Padre.

Ya estamos para entrar no solamente en un nuevo año sino también en una nueva década. ¿Qué serán las cosas de Dios para nosotros en los dos mil diez? De una manera esto depende de nuestra edad. Los niños, que van a descubrir al yo durante estos años, tienen que identificarse como amados por Dios. Como Jesús en el evangelio hoy, deberían acudir a la iglesia para aprender de la grandeza de Dios Padre que cuida a cada uno de sus niños. Los jóvenes de veinticinco o treinta años, que van a descubrir al otro durante estos años, tienen que aprender cómo entregarse totalmente a una persona como compañero de la vida. Deberían darse cuenta que el matrimonio no es sólo un convenio para satisfacer los deseos y para tener hijos. Más bien, es una alianza que da testimonio del amor de Cristo para su pueblo.

Los adultos maduros, que van a ser reconocidos como padres, maestros, profesionales, o autoridades en otro campo de la vida, tienen que contribuir de su talento para el bien de todos. Deberían dedicarse a un proyecto que avance los valores del Reino de Dios en la comunidad. Finalmente, los que van a experimentar la disminución de la energía durante los dos mil diez tienen que reclamar para sí mismos los logros de sus vidas y arrepentirse de los errores para desarrollar la integridad. Deberían prepararse para el encuentro con Jesús como juez por dar gracias a Dios por lo bueno que han experimentado en la vida y pedirle perdón por sus pecados que han cometido.

El evangelio hoy termina por decir que Jesús sigue creciendo en saber, en estatura, y en favor de Dios. Que sea la meta de todos nosotros durante esta década que ya se aproxima. Que procuremos crecer en saber, en estatura (al menos la estatura del amor para el prójimo), y en el favor de Dios en los 2010. Que procuremos crecer en el favor de Dios.

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