El domingo, 6 de diciembre de 2009

Marción fue hombre que vivió durante el segundo siglo d. C. Estuvo muy rico y evidentemente aún más fuerte de opinión. Una idea suya que llamó la atención es el concepto del Dios del Antiguo Testamento como vengativo y sangriento. Marción pensó que hay una gran distinción entre ese Dios y el Dios revelado por Jesús – siempre misericordioso y amoroso. Por eso, según Marción, el Antiguo Testamento no vale. Por la promulgación de estas ideas el obispo de Roma excomulgó a Marción. Sin embargo, porque él tenía a muchos partidarios, su herejía casi sobrepasó la fe verdadera.

Aún el día hoy muchos descartan el Antiguo Testamento como de poco valor. Leen la Biblia con horror donde dice que Dios ordenó a Saúl a exterminar a todos los amalecitas, incluyendo a los niños, o que Dios mató a un hombre por haber tocado el Arca de la Alianza. Si no juzgan a Dios revelado en sus páginas como enojado y cruel, lo mejor que pueden decir de Él es que era obsesionado con la justicia.

Pero en realidad el Dios del Antiguo Testamento es el mismo Padre de Jesús. Su característica dominante siempre es el amor para Su pueblo. De veras, Su amor es casi exagerado en el Antiguo Testamento de modo que se hable de Sus celos para los israelitas. Eso es que Dios no quiere que el pueblo sea contaminado con las ideas y prácticas que lo desviaban del camino a la vida verdadera. Cuando Israel siguió las costumbres de sus vecinos durante el período de los reyes maltratando a los pobres y dando culto a los ídolos estériles, Dios lo castigó. Lo mandó al exilio para purificarse de sus pecados. Pero hablando por los profetas, Dios prometió que no todos fueran a morir en el destierro; más bien, se salvaría un resto que vivirá en gozo.

Hoy en la primera lectura el profeta Baruc prevé el regreso del resto de sus pruebas. Jerusalén queda como Nuevo Orleans después del huracán o como Nueva York después del once de septiembre. Es como los diez por ciento de los trabajadores de este país que han perdido sus trabajos o como los millones de personas que han recibido una diagnosis de cáncer. No obstante, el profeta dice ya no es tiempo de luto sino de esperanza; no de sentarse con lágrimas sino de ponerse de pie con ojos en el horizonte. “¿Por que?” queremos preguntar si hay llagas purulentas en todos lados. La respuesta es porque el Dios que a su pueblo ama está para actuar.

En el evangelio hoy leemos de la llamada de Juan en el desierto. Israel queda bajo el puño romano de hierro. Hay líderes judíos pero no valen más que ropa desgastada en una tormenta de nieve. La gente lucha para mantener la existencia aprovechándose de uno y otro. Ya Dios está para actuar de nuevo, pero esta vez no sólo para socorrer a Su pueblo una vez más sino para salvar al mundo entero definitivamente. Juan será el pregonero del salvador. Irá delante del Señor para despertar al pueblo. Su mensaje es claro: ya es tiempo para ponerse de pie y buscar al Salvador en el horizonte. Se intenta para nosotros también. Tenemos que dejar los lamentos para prepararnos para la venida del Señor. Queremos pararnos como el joven sacerdote que recibió, poco después de su ordenación, la diagnosis que iba a morir dentro de un año. En vez de retirarse, aceptó el ministerio de visitar a los enfermos en el poco tiempo que le quedaba. Les dio el consuelo que él mismo requería.

El hombre necesitaba carro nuevo. Quería algo económico pero confiable. Leyó artículos mostrando las positivas y negativas de las diferentes marcas. Visitó varias agencias comparando precios. Entonces hizo su decisión. Estaba para actuar. Así vemos a Dios en las lecturas hoy, listo para actuar en favor de Su pueblo. También en el mundo hoy Dios está para actuar. Dios está para actuar en favor de nosotros.

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