Homilía para el domingo, 19 de julio de 2009

Homilía para el XVI Domingo Ordinario, 19 de julio de 2009

(Jeremías 23:1-6; Efesios 2:13-18; Marcos 6:30-34)

En los domingos la familia siempre comía juntos -- abuelos, hijos e hijas, y nietos y nieta. Congregaba más o menos a las dos de la tarde. Pues, no era un lunch, intentado a sostener a los individuos hasta la cena. Más bien, era la comida o alimentación principal del día siempre apetitosa y preparada con cuidado. La tomaba la familia sin prisa y con un espíritu conversacional. Hablaba de los eventos actuales, sus propias experiencias junto con sus ilusiones y preocupaciones. En un gesto de igualdad se les invitaba a los nietos tomar un vasito de vino. Después del postre y la limpieza todos iban a hacer lo que quisiera – tomar siesta, ver el televisor, jugar básquet. En el evangelio hoy Jesús invita a sus discípulos a una experiencia semejante.

Los discípulos acaban de regresar de una misión apostólica. Fueron enviados a predicar el Reino en lugares ajenos. Tuvieron instrucciones a sanar a enfermos y expulsar los malos espíritus -- trabajo cansador. Por eso, los apóstoles llegan agotados. La gente que regresa a casa después de ocho horas de trabajo para cuidar a los niños o a un pariente enfermo sabe bien lo que sienten los compañeros de Jesús. Se esfuerzan no sólo a cumplir sus tareas sino para desempeñarlas con afán como servicio a Dios. Aunque no son médicos ni profesores, creen con razón que su trabajo aporte el Reino de Dios.

Esta buena gente espera el fin de semana con anticipación. Necesita no sólo el descanso sino también la oportunidad a profundizarse en los modos del evangelio. Se da el sábado a los compromisos de familia y hogar, sea llevar a los niños a lecciones de bailar o sea arreglar el garaje. Es domingo que se reserva para recargar las pilas tanto espiritual como corporalmente. Con este motivo Jesús lleva a sus compañeros a un lugar aparte. Allí pueden compartir entre sí sus experiencias con calma, tomar la comida con apetito, y relajar con gozo.

Así la gente de hoy debería conservar el domingo para la renovación personal. En el año 1998 el papa Juan Pablo II escribió de la gran celebración que nosotros cristianos hacemos cada domingo, el día del Señor. En este día recordamos no sólo la creación de Dios sino la recreación en la imagen de Jesucristo muerto y resucitado. Es nuestro sabbat, la palabra hebra que significa detenerse o descansar. Es el momento indicado para suspender las actividades de ganar la vida para estrechar la relación con Jesús, le fuente de la vida.

A Juan Pablo la invención moderna del weekend muchas veces se opone del propósito del domingo. Donde el domingo está reservada al diálogo con Jesús en la misa, al recreo con familiares y amigos, y a la contemplación de la naturaleza; se dedica el weekend a actividades muchas veces individualistas y activistas. Es pasar dos días en la playa comiendo, bebiendo, y tomando el sol o en las montañas escalando las alturas para olvidarse de compromisos aún, quizás, con el Señor. Seguramente no es mal tener dos días libres al fin de la semana. Pero cuando regularmente los hacemos en búsqueda de ventura, sí, hacemos daño a nuestro bien.

“Pero la misa es aburrida,” se quejan algunos, “el padre siempre dice la misma cosa.” Ciertamente en muchos lugares no se celebra la misa no se debería. Desgraciadamente a veces el sacerdote viene poco preparado para liderarla y le falta un ambiente promovedor de la fe. Pero estas faltas no comprenden motivo para abandonar la misa dominical sino indican la necesidad de prepararnos para ella por la lectura regular de la Biblia y la oración personal. La misa queda como el encuentro privilegiado con Jesús, y la Iglesia nos obliga a asistir a ella en los domingos no para probarnos sino para auxiliarnos. En el evangelio la gente viene a buscar a Jesús para aprender de él del Reino de Dios y recibir de él sus bendiciones. Estas personas empiezan a percibir que realmente Jesús es nuestro sabbat o descanso. Tienen todo razón. Entre más nos retiremos a él en la misa dominical, más nos recarguemos para una vida plena y santa. Entre más nos retiremos a él, más nos recarguemos para la vida.

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