Homilía para el domingo, 12 de julio de 2009

El XV Domingo Ordinario

(Amos 7:12-15; Efesios 1:3-14; Marcos 6:30-34)

El domingo pasado escuchamos a Jesús decir que todos honran a un profeta menos los de su tierra. Sin embargo, no honran al profeta Amos en una tierra foránea. Él viene del reino sureño para profetizar en Israel y encuentra el rechazo como Jesús en su propio pueblo.

Se conoce Amos como el profeta de la justicia social. Algunos se acuerdan de Martín Luther King, Jr., declarando, “... que la justicia sea tan corriente como agua y... la honradez crezca como un torrente inagotable.” Bueno, el Dr. King tomó estas palabras de Amos.

Lo que molesta a Amos en primer lugar es el maltratamiento de los pobres por mano de los cómodos. “Venden al inocente por dinero,” dice el profeta en el principio de su libro. También, le angustia la inmoralidad de la gente. “Padre e hijo,” lamenta Amos, “tienen relaciones con la misma mujer.” Además, Amos está harto de los sacrificios que los piadosos ofrecen mientras voltean ojos ciegos a la injusticia. “Por más que me ofrezcan víctimas consumidas por el fuego, no me gustan sus ofrendas,” declara Amos de parte de Dios.

Realmente, al escuchar a Amasías, el sacerdote de Betel, corriendo al profeta no debe asombrarnos. Pues como hoy en día no se puede cuestionar las prácticas del mercado libre, la gente de Israel no quiere aguantar los reproches de Amos criticando su estilo de vida. El anterior arzobispo de Recife, Brasil, Dom Camara Helder, quien era conocido por la solidaridad con los pobres, solía decir, “Cuando doy de comer a los pobres me llaman santo, pero cuando pregunto por qué hay tantos pobres, me llaman comunista.”

Como en el tiempo de Amos, quedamos hoy despistados del camino a la justicia. Hace poco una compañía de seguros que estaba fallando recibió miles de millones de dólares del gobierno estadounidense. ¡En lugar de cubrir todas las deudas los líderes de la compañía pagaron a sí mismos aguinaldos! Pero no podemos echar la culpa para la pobreza sólo a la codicia de los ricos. La vida disoluta entre la gente común causa mucho daño. Muchos jóvenes caen en pobreza porque buscan sexo resultando en bebés nacidos fuera del matrimonio. También los matrimonios prefieren demasiado veces divorciarse que hacer frente a los problemas para proveer un hogar seguro para sus niños.

Nosotros encontramos en Jesús una salida del callejón de la pobreza. Jesús encarne el Reino de Dios que no sólo llama no la atención sino también pone en acción a todos. A los codiciosos el Reino insta que se preocupen por las necesidades de los pobres. A los pobres el Reino les exige una vida disciplinada. Jesús es para nosotros como la primavera en julio. Es la esperanza de un tiempo mejor. Todos lo anhelan, y a todos les él refresca.

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