Homilía para el domingo, 2 de agosto de 2009

Homilía para el XVIII Domingo Ordinario

(Éxodo 16:2-4.12-15; Efesios 4:17.20-24; Juan 6:24-35)

Tres colonos entre los Peregrinos en Plymouth, Massachusetts, regresaron a su tierra nativa. Después de un invierno en lo cual la mitad de sus compañeros fallecieron, ¿quién quiere faltarles? No sólo tenían que construir una nueva civilización, sino también estaban batallando un clima feroz entre nativos de algún modo hostiles. Los tres renuentes inmigrantes fueron como los israelitas en la primera lectura hoy. Murmuran contra Moisés y Aaron por haberles conducido fuera de Egipto.

Lo curioso es que los israelitas quieren volver a la esclavitud. La libertad les parece difícil aguantar. Aunque no se someten más a los duros caprichos del faraón, ya pasan hambre en el desierto. Son como nosotros hoy día cuando consideramos renunciar nuestros compromisos al Señor Jesús que nos liberó de la esclavitud del pecado. ¿Qué causa la inquietud? Puede ser el deseo a revivir la juventud cuando veíamos a las muchachas como no más que muñecas para nuestro placer. O puede ser la tentación a poner en nuestro propio bolsillo el dinero que se paga a la empresa por la cual trabajamos. O puede ser un mil otros modos que nos ocurran a abandonar el camino de Jesús.

Dios se percata de nuestras dudas. Pues no es un creador lejano de nosotros sino tan cerca como un ama de casa procurando dar todo lo necesario a sus hijos. Él sabe el deseo del corazón para ser reconocido como alguien que valga. Él percibe la debilidad humana hacia lo placentero. Dice la lectura que Dios promete una “lluvia de pan del cielo” para dar de comer a sus hijos en el desierto. Este pan será más que el pan hecho de harina y agua que nutre nuestros cuerpos. Más bien, será una constatación de la preocupación de Dios por Su pueblo.

Dios les provee pan pero no en la forma que esperaban. El pan del cielo que hallan en el desierto les parece como el rocío de la mañana. Tienen que preguntarse, “¿Qué es esto?” No es escarcha insustanciosa. Más bien, es polvo más nutritivo que las tortillas hechas por la abuela. Este pan del cielo les proveerá el sustento para el duro aprendizaje en el desierto de ser pueblo de Dios.

También en nuestras inquietudes Dios nos viene a apoyar. Nos ofrece a su propio hijo en forma de pan y vino para fortalecer nuestro compromiso faltante. No es lo que buscábamos cuando nuestros ojos comenzaron a voltear del camino. Pero tiene toda la energía de un motor de jet para llevarnos a través nuestras tentaciones. Por supuesto, no estamos refiriendo al valor calórico de la hostia y vino sino a lo que se hacen por la acción del Espíritu Santo. Esto es no menos que Jesús mismo resucitado de la muerte acompañándonos con más vitalidad que el sol.

Algunos hablan de una planta que puede resolver el problema del hambre. No es lo que esperamos – la carne de una vaca hibrida o el grano de semillas transformadas. No, según ellos, es un árbol encontrado en el África conocido como el árbol de moringa. Tiene hojas que son muy nutritivas. También se puede comer sus flores, frutas, y vainas. En el pan y vino de la Eucaristía Dios nos provee algo infinitamente mejor. Jesucristo, el pan del cielo, nos hace posible cumplir los compromisos. Jesús nos hace posible cumplir los compromisos.

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