Homilía para el domingo, 16 de agosto de 2009

El XX Domingo Ordinario

(Proverbios9:1-6; Efesios 5:15-20; John 6:51-58)

Un joven trajo a sus suegros no católicos a la misa. Una vez que todos se sentaron, el suegro encontró en la banca un misalito. Después de hojearlo un minuto, el suegro, obviamente molesto, mostró a su yerno el aviso dentro de la portada del misalito. Leyó el aviso que los no católicos no deberían acudir al altar para recibir la santa Comunión. En el evangelio los judíos están tan molestos con las palabras de Jesús como el suegro con el aviso del misalito.

Los judíos no entienden lo que Jesús quiere decir cuando proclama que va a dar su carne como comida. Sospechan que está pensando en un rito pagano o, quizás, el canibalismo. Entonces preguntan con razón: “¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?” Su pregunta nos sirve como punto de partida para un mayor entendimiento de la santa Eucaristía.

Se puede ver dos dimensiones de la pregunta. En primer lugar se enfoca en el propósito de Jesús: ¿cómo puede él compartir con nosotros su carne? Eso es, ¿por qué razón quería Jesús molestarse por nosotros? Después de todo, nosotros humanos desde el principio nos hemos inclinado a la maldad. No sólo hemos rebelado contra Dios, sino contra uno y otro. En el siglo pasado, por ejemplo, ¡hubo más que 150 millones muertes por guerras y matanzas masivas!

Sin embargo, sabemos bien el porque del auto-sacrificio de Jesús. Dios, que es puro amor, amó al mundo tanto que le mandó a él para salvarlo. Jesús, la imagen perfecta de la bondad de Dios, se sacrificó a sí mismo por este mismo amor. “¿Y qué?” algunos siguen preguntando. Nosotros seguidores de Jesús no sólo tenemos su ejemplo de sufrir por el bien del otro sino también por su resurrección de la muerte el estímulo para poner nuestra ideal en práctica. Este estímulo o, más comúnmente llamado la gracia, nos capacita para ambos superar las tendencias bestiales de nuestro ser y para compartir la vida resucitada de Jesús.

También, la pregunta de los judíos interroga sobre los medios: ¿cómo puede la carne de Jesús transformarse en comida? Para responder bien remitámonos al Catecismo de la Iglesia Católica. Allí no encontramos fórmulas filosóficas sino la tradición de la Iglesia desde el principio. Dice: “En el corazón de la Eucaristía se encuentran el pan y el vino que por las palabras de Cristo y por la invocación del Espíritu Santo, se convierten en el Cuerpo y la Sangre de Cristo.” Pero no deberíamos pensar que sólo por palabras el pan y el vino estén transformados. Más bien, son su muerte en la cruz y su resurrección del sepulcro que los hacen en su glorioso cuerpo y su sangre de modo que aquellos que lo toman participen en su vida eterna.

Ahora podemos ver la razón de no ofrecer la Eucaristía a los no católicos. La Eucaristía abarca el corazón de la fe – el amor de Dios, el sacrificio de Su hijo, la resurrección de la muerte, y la transformación del pan y vino en su cuerpo y sangre. Como ninguna familia comparte su herencia con extranjeros, la Iglesia no debe compartir el oro de su riqueza de fe con personas que no saben apreciarlo. Sin embargo, invita a todos aprender de este tesoro, aceptarlo, y eventualmente aprovechárselo. Sí, todos están invitados a aprender de la Eucaristía, aceptarla como el cuerpo y sangre de Jesús, y aprovecharse de la vida eterna que promete.

1 comentario:

Carlos Rojas dijo...

Fray Carmelo, deseo profundamente agradecerle desde Costa Rica estee sfuerzo generoso por hacer llegar la Palabra de Dios. Sus comentarios siempre me son muy útiles. Siga adelante y que el buen Dios premie su esfuerzo.

Padre Carlos Rojas