El domingo, 30 de octubre de 2016



Trigésimo Primero Domingo Ordinario

(Sabiduría 11:22-12:2; Tesalonicenses 1:11-2:2; Lucas 19:1-10)



Se conoce Jericó por la hazaña que hizo Dios en el Antiguo Testamento.  Se reporta que las tropas israelitas rodearon la ciudad varias veces por orden de Dios.  Entonces los muros de la ciudad se cayeron.  El resultado fue una conquista por Israel.  En el evangelio Jesús, el Hijo de Dios, realiza otro tipo de caída de muros en el mismo lugar.

Jesús ve a Zaqueo situado en un árbol. Lo mira con interés.  Pues es hombre de baja estatura y también es publicano.  Ninguna de estas características habla bien de la persona.  En muchas culturas hombres bajos se consideran furtivos.  En la cultura bíblica el publicano siempre es sospechoso.  Pues colabora con el imperio romano que ha sujetado a los judíos en su tierra propia.  Zaqueo es como las gentes de otra raza, lengua, o clase social que andan en medio de nosotros.  Siempre levantan los ojos del pueblo.

Pero Jesús no tendría temor de ellos.  Al contrario querría dialogar con ellos para conocerlos mejor.  En el evangelio llama a Zaqueo que baje del árbol.  En el principio del pasaje se dice que Zaqueo quiere conocer a Jesús.  Ya Jesús le da la oportunidad.

Le propone Jesús a Zaqueo que se hospedaje en su casa.   No le importa lo que murmure la gente sobre el género de su compañía.  Más bien viene para invitar a todos aún a aquellos que no son bien pensados al reino de su Padre.   Ciertamente su abrazo se extiende a nosotros también.

Y no nos dilatamos de ofrecérnosle.  ¿Por qué no? Él tiene la verdad que nos libra de las seducciones del mundo.  Aún más importante, nos muestra el amor que satisface nuestras almas inquietas.  Es patentemente claro a Zaqueo que la compañía de Jesús vale más que sus riquezas.  Le dice a Jesús que compartirá con los pobres la mitad de sus bienes.  Es como si ha encontrado el tesoro que hace sus propias pertenencias tan baratas como las hojas de un roble en el otoño.

De hecho, sí ya lo tiene.  Jesús confirma esto cuando dice: “’…ha llegado la salvación a esta casa…’” Zaqueo ha optado por reconocer a los más pequeños como sus hermanas e hermanos.  Ya realmente tiene a Dios como su Padre porque ha puesto su vida en Sus manos.  Se le ha caído a Zaqueo los muros que lo separaron de los marginados y de Dios mismo.

Hoy en día muchos andan perdidos.  No saben ni de dónde viene ni qué es su destino.  La situación se hace crisis cuando varios admiten que no son seguros ni siquiera de su género sexual.  En este evangelio Jesús nos ofrece una identidad segura.  Quiere que aceptemos la invitación de Dios Padre para ser su familia.  En otras palabras hemos de abandonar el concepto erróneo de Caín que no tenemos nada que ver con los demás.  En lugar de considerarnos como individuos no relacionados  a aquellos de otra raza, lengua, o clase social, deberíamos ponernos en solidaridad con todos.  Cuando Zaqueo acepta esta oferta, Jesús puede decir que ha cumplido su misión: “’…el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que se había perdido’”.

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