El domingo, 10 de julio de 2016



ELDECIMOCUARTO DOMINGO ORDINARIO



(Deuteronomio 30:10-14; Colosenses 1:15-20; Lucas 10:25-37)

¿Quién es “el Buen Samaritano”?  Es una persona distinta para cada ser humano.  Para un muchacho en Nueva York que cayó en los carriles del metro, el “Buen Samaritano” era un trabajador afro-americano que lo salvó de un tren acercándose.  Para varios judíos en Alemania durante la Segunda Guerra Mundial, el “Buen Samaritano” era un católico llamado Oscar Schindler que los protegió de la Gestapo.  Para un académico, el “Buen Samaritano” es su esposa que en los primeros años de su matrimonio hizo sacrificios como madre de gemelos para permitir a su marido terminar su doctorado.

Los teólogos de los primeros siglos de la Iglesia, pensaban en Jesucristo mismo como “el Buen Samaritano”.  Según ellos el hombre asaltado y dejado por muerte describe toda la humanidad después de la caída de la gracia de Adán y Eva.  Como el judío en la parábola, no podíamos salvarnos porque la naturaleza humana era desesperadamente lastimada.  Entonces vino Cristo del cielo, lo cual Jerusalén simboliza en la parábola.  Él podía habernos pasado por alto, como hacen el sacerdote y el levita, pero tuvo compasión de nosotros.  Se detuvo para ayudarnos, tocándonos con los sacramentos, representados en la historia por el aceite y vino con que el samaritano unge a la víctima.  Finalmente, como el samaritano lleva al herido al mesón para repararse, Jesucristo nos introdujo a la Iglesia que nos enseña los modos evangélicos.  Junto con los otros sacramentos estas enseñazas nos han convertido del pecado en personas de virtud.

En el final, “el Buen Samaritano” es todos nosotros cuando una vez evangelizados y dotados con la gracia de Cristo, nos hacemos prójimos de gentes en necesidad.  Es un ministro laical que visita a los asilos llevando a los ancianos no sólo la Santa Comunión sino también servicios de la Palabra de Dios.  Es una mujer que viene de los suburbios para repartir comida a los indigentes en un barrio peligroso de Chicago.  Es usted y yo cuando nos acogemos al extranjero con una sonrisa, escuchamos su historia, y nos disponemos a ayudarle en cuanto posible.

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