Homilía para el domingo, 30 de diciembre de 2007

La Fiesta de la Sagrada Familia

(Colosenses 3:12-21)

Ahora en el fin del año deseamos a nuestras amistades dos cosas. Queremos que tengan la paz en sus corazones por el año que ya acaba. Y esperamos que pasen un año nuevo de prosperidad en sus esfuerzos y tranquilidad en la casa. En la segunda lectura de la Carta a los Colosenses, San Pablo nos bosqueja un plan para realizar estos deseos.

La Carta a los Colosenses comienza con un gran aprecio de Jesucristo. Él es “la imagen de Dios,” en lo cual “fueron creadas todas las cosas,” “la cabeza del cuerpo… la Iglesia,” “el que renació primero de entre los muertos.” Haber establecido a Jesús como nuestra fuente y nuestro fin, Pablo indica cómo unirnos a él. Tenemos que tomarnos a pecho sus palabras. Estas palabras asemejan los elementos de la paz y de la prosperidad que deseamos a todos ahora.

Jesús confiere la paz a sus discípulos después de su resurrección. Es su don gratuito; sin embargo, podemos alistarnos para recibirla. Primero, tenemos que soportar las idiosincrasias de los demás, sean en casa o en trabajo. Cada persona experimenta la realidad en su propia manera. Para una, la madruga fría comprende motivo para levantarse y moverse. Para otro, es pretexto de acurrucarse bajo las mantas. Segundo, cuando nos caemos a la tentación de criticar al otro innecesariamente, deberíamos pedirle el perdón. En la gran muestra de contrición de nuestros tiempos, el Papa Juan Pablo II pidió perdón de varios grupos que los oficiales de la Iglesia han tratado injustamente: entre otros, las mujeres, los judíos, los musulmanes, y los científicos. Si el papa puede hacerlo antes del mundo, nosotros podemos hacerlo a uno y otro. Tercero, el agradecimiento facilita la paz como el brindis, la acogida del año nuevo. Cuando pensamos en la cosa, hay mucha razón de dar gracias tanto a otras personas como a Dios. Entramos completamente desnudos a este mundo. Por los primeros años todo lo que tenemos se nos ha dado. Aún en la madurez siempre nos aprovechamos de los esfuerzos de otros – desde los trabajadores agrícolas que cosechan nuestra comida hasta los médicos que curan nuestras enfermedades.

Desde que queremos una paz duradera, nos hace falte el amor. En el pasaje Pablo nombra el amor, “el vínculo de la perfecta unión.” El amor de una madre pobre formaba en fila a sus veinte hijos para enseñarles el catecismo. Hoy los hijos son personas cumplidas – uno es sacerdote y otro arquitecto exitoso.

En ningún lugar se necesita el amor más que en la casa. La liturgia del matrimonio católica solía decir que sólo el amor lo hace posible el sacramento y el perfecto amor lo hace gozoso. Aunque la mujer tiene igual dignidad, ella debería reconocer la autoridad prioritaria de su esposo. Sin embargo, la autoridad jamás debe mostrarse como soberbia o ruda. Y ¿cuándo hay un conflicto entre la pareja – ella no queriendo ceder a la voluntad de él porque él la ha tratado como un escabel? Los conflictos siempre ruegan el diálogo en el espíritu de perdón y reconciliación. ¿Una hija tiene que obedecer a un padre que le pide a mentirse por él? No, padres, esto es un caso de exigir demasiado de sus hijos. La familia es la escuela de amor. Cuanto más practicamos el amor en la casa, más somos unidos como familia, como iglesia, y como raza humana.

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