El domingo, 8 de diciembre de 2013

SEGUNDO DOMINGO DE ADVIENTO


(Isaías 11:1-10; Romanos 15:4-9; Mateo 3:1-12)


Fue conocido por sus ayunos.  Se vistió de ropa extraña.  Aunque no era gobernador, los pudientes vendrían  a consultarlo.  ¿Tengo en cuenta Juan Bautista como lo encontramos en el evangelio hoy?  No, estoy pensando en un héroe moderno.  El mahatma Gandhi vivió con toda el carisma que hace a Juan Bautista sobresalir como el profeta preeminente de su edad.

Hombres de todas partes van al desierto para escuchar a Juan describir a Dios como asqueado con el pueblo judío.  Asienten con la cabeza cuando Juan nombra sus pecados – la lujuria, la codicia, el engaño – y prescribe el bautismo para quitárselos.  Pero lo más provocativo de su predicación es cómo cuenta del mesías viniente.  Según Juan el Cristo barrerá a todos los no arrepentidos en un fuego devastador.   

Sin embargo, no hemos experimentado a Jesús así.  Al contrario, lo vemos en los evangelios como ambos comprensivo y compasivo.  Predica acerca de Dios como si fuera padre de familia más preocupado por sus hijos desviados que los cumplidos.  Aparte del tiempo que ahuyenta a los mercadores del Templo, Jesús no anda con látigo en mano para castigar a los pecadores.  Más bien, les invita a su casa para convencerles de la necesidad de arrepentirse para que experimenten toda la maravilla del Reino.  Donde Juan Bautista sólo habla de la ira de Dios hacia los pecadores, Jesús hace hincapié en Su gran afecto para todos los hombres y mujeres.

Cada segundo domingo de Adviento la Iglesia nos presenta a Juan como símbolo del tiempo.  Ciertamente Juan se muestra como el pregonero del salvador.  De hecho, se distingue como el primer hombre para anunciarlo como en la puerta.  Sin embargo, Juan se equivoca en su entendimiento del Señor.  Al menos, falla a mencionar su amor para todos – tanto los pobres como los ricos, tanto los analfabetos como los cultos, tanto los gay como los heterosexuales.  Por eso, hay necesidad de otro icono para este tiempo.  A través de Adviento hay huellas de María instruyéndonos acerca de Jesús.  Mañana la Iglesia celebra su Inmaculada Concepción como un don especial de Dios concedido a María para reconocer la santidad de su hijo.  Y el jueves festejaremos a la Guadalupana que ha reflejado el afecto de Jesús a millones a través de cinco siglos. 

Muchos hoy en día preguntan: “Si Dios es puro amor, ¿es necesario hacer caso a las amenazas del Bautista?” y “¿No es que Dios perdone todos nuestros pecados?”  Sí, Dios perdona todos los pecados; sin embargo, tenemos que arrepentirnos de ellos.  Pues Dios – como todos padres dignos del nombre – quiere que nosotros lo sigamos en la virtud.  Porque el pecado tiene diez mil atracciones, no vamos a rechazar la maldad y mucho menos vamos a seguir a Jesús en la bondad sin un estímulo duro.  Por eso, se ha dicho que el temor del Señor es el principio de la sabiduría.  Pero sólo es el principio.  Cuanto más sigamos sus modos, tanto más lo queremos de manera que ni pensemos en ofenderlo.

Como todos necesitan tanto el estímulo de evitar el castigo como el estímulo de alcanzar al Reino, los niños requieren el cuidado de dos padres.  Se asocia el padre masculino con el amor duro; eso es, el amor que amenaza al niño para que no desobedezca.  Alternativamente, se relaciona la madre con el amor tierno.  Es verdad que el padre tanto como la madre lleva los dos tipos de afecto aunque usualmente uno más que el otro con el tipo asociado con su género. 

Entonces ¿cómo deberían los padres preparar a sus hijos para la Navidad?  ¿Amenazarles que no recibirán nada si desobedecen?  O ¿asegurarles que van a recibir lo que deseen como signo de su amor?  Cada pareja tiene que escoger la mezcla apropiada para sus hijos de estos dos tipos de estímulo.  Pero una cosa es necesaria: los padres tienen que anunciarles a sus hijos, como Juan Bautista en el evangelio, que Jesús está en la puerta.  Tienen que decirles que Jesús está allá con su amor.

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