El domingo, 18 de diciembre de 2016

EL CUARTO DOMINGO DE ADVIENTO

(Isaías 7:10-14; Romanos 1:1-7; Mateo 1:18-24)

Imaginémonos por un momento que somos San Pablo.  Por años nos hemos dedicado a la predicación del evangelio.  Hemos fundado varias comunidades por Cristo en Asia Menor y Grecia.  Ya nos sentimos que nuestra misión en esa parte del Imperio Romano ha acabado.  Pero hemos hecho la promesa al Señor que en cuanto nos conceda la vida, vamos a proclamar su nombre.  Por eso, comenzamos a planear una misión a España.  Escribimos a los cristianos de Roma pidiendo su ayuda.  La carta sirve dos propósitos.  Nos presenta a la comunidad como apóstol verdadero de Cristo.  También, nos establece como teólogo que vale la atención.  En la segunda lectura hoy leemos cómo Pablo empieza esta carta.

Pablo no hace rodeos.  Declara en su primer párrafo el núcleo de su mensaje: Jesucristo es tanto divino como humano.  Las dos naturalezas tienen sus consecuencias.  En primer lugar consideraremos su humanidad.  Como todos hombres Jesús es un compuesto de alma y cuerpo humano.  Por tener alma, Jesús piensa como todos nosotros.  Por tener cuerpo, él experimenta el universo según los rasgos de su propio cuerpo; es decir, como hombre masculino, mediterráneo, y judío.

Aunque Pablo tiene otro propósito en cuenta cuando escribe de la humanidad de Cristo, vale la pena reflexionar en un aspecto del tema controversial ahora.  Algunos piensan que la persona es básicamente un alma que sólo tiene un cuerpo como un hombre tiene un Camry.  Por eso, dicen que la persona puede escoger su género como masculino o femenino como le acomode.  No, la persona humana no es ni alma con cuerpo ni cuerpo con alma sino los dos integrantes.  No puede escoger su propio género como no puede escoger el color de su piel.  Es verdad que unas personas tienen dificultad aceptar el género asignado por su cuerpo. Ellos invocan nuestra compasión.  Pensar en sí mismo como de un género contradiciendo los rasgos físicos es una cruz particularmente pesada.

Por tratar la humanidad de Jesús, Pablo quiere poner en relieve su nacimiento en el linaje de David.  Como descendente del  rey de Israel, Jesús representa a todos los judíos.  Por eso, lo que pase a él, vale por todos miembros de su raza.  Pablo escribirá que Dios ha injertado en Israel a todos los creyentes en Jesucristo de modo que él ya represente a todos nosotros.  Por eso todos nosotros creyentes – seamos judíos o no judíos -- experimentaremos la vida de Jesucristo resucitado de la muerte.

El segundo enfoque de Pablo en la lectura tiene que ver con cómo podríamos experimentar la resurrección.  Dice de Cristo: “… en cuanto a su condición de espíritu santificador, se manifestó con todo poder como Hijo de Dios”.  Cristo puede santificarnos porque es divino.  La santificación resulta de su obediencia a Dios hasta la muerte.  Este acto recompensó la desobediencia de Adán y Eva.  Como hemos heredado los modos del pecado, recibiremos el destino de Jesucristo por nuestra fe en él.  

El evangelio hoy recuerda la historia sobre la cual Pablo reflexiona en términos teológicos.  Jesús es hijo del hombre por parte de María y descendiente de David por José, su padrastro.  Se le pone el nombre “Jesús”, que significa en hebreo “el Señor salva”, porque nos salva de nuestros pecados.  No sólo nos logra el perdón sino que nos estrecha la brecha entre nosotros y Dios.  Ya podemos amar a los demás con la compasión de Dios.  Como ejemplo, no mostramos a las personas confundidas sobre su género con la indiferencia, mucho menos el desdén.  Más bien las respetaremos aunque no cedamos a todos sus reclamos.  

No sólo el evangelio lo llama “Jesús” sino también “Emanuel”.  Esto significa: “Dios con nosotros”.   Por Jesús Dios cumple su compromiso en el Antiguo Testamento de estar siempre con su pueblo.  De hecho, las últimas palabras de Jesús en este Evangelio según San Mateo son: “’Yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin de la historia’”.



A los americanos les gusta cantar de “una Navidad blanca”. ¿Qué más significa esta frase que Dios venga del cielo a la tierra?  Los copos de nieve, puros y bellísimos, son como lo divino.  La tierra, dura y oscura,  es como nosotros manchados por el pecado.  Dios nos revigoriza con su frescura y nos hace brillar con su resplandor.  Nos hace en sus verdaderas hijas e hijos con la resurrección de la muerte como destino.  Dios nos hace en sus hijas e hijos.

No hay comentarios.: