El domingo, 9 de diciembre de 2018


SEGUNDO DOMINGO DE ADVIENTO

(Baruc 5:1-9; Filipenses 1:4-6.8-11; Lucas 3:1-6)


De todos los millones de discursos en la historia de los EEUU pocos han tenido más impacto que el Discurso de Gettysburg.  Muchos alumnos lo repiten de memoria y la mayoría de los americanos recuerdan la primera frase.  El autor del discurso era Abrahán Lincoln, el presidente de la republica durante su prueba más grande: la guerra civil.  Como persona culto él sabía la necesidad de situar un evento en la historia para resaltar su importancia.  Por eso comenzó el Discurso de Gettysburg: “Hace ocho veintenas y siete años”...  Por el mismo motivo el evangelista Lucas presenta a Juan Bautista en el evangelio hoy de modo semejante.  Dice:En el año décimo quinto del reinado del César Tiberio…”

Hay otras comparaciones entre el discurso de Gettysburg y el evangelio que leemos hoy.  Como la guerra civil casi desgarró los Estados Unidos, Juan predica durante una época de fracaso para Israel.  La soberanía de la tierra pertenece a Roma.  Aun cuando era independiente, Israel fue mal dirigido por sus reyes.  Los judíos no tienen autonomía porque no han vivido justamente.  Han abandonado la Ley tanto como los americanos habían dejado la moral por esclavizar la raza negra. 

En el discurso Lincoln mencionó la esperanza de “un nuevo nacimiento de libertad”. Estaba proclamando un nuevo comienzo del país.  No más una raza menospreciaría a otra.  Más bien al menos el propósito era que los negros y los blancos caminaran con la misma dignidad.  Asimismo en el evangelio Juan lleva gran esperanza para Israel.  No más los ricos se desconocerían de los pobres viviendo en su medio.  No más los soldados se aprovecharían de los civiles.  Más bien el mesías vendrá para crear una sociedad que glorifica a Dios por su apoyo mutuo.

Juan no se entiende a sí mismo como el mesías de Israel sino el que viene para preparar su camino.  Habla como si fuera peón rompiendo la tierra para que el agricultor la siembre y cultiva.  En este momento ni sabe quién sea el que viene para establecer el nuevo orden.  Aquí hay una diferencia entre nosotros y Juan.  Nosotros conocemos a Jesús como el salvador con la sabiduría y el poder de Dios.  Él va a volver para recrear la humanidad de modo que todos vivan en la paz.

Pero en otro aspecto somos todavía parecidos a Juan.  Como él tenemos que preparar al mundo por la venida de Cristo.  Tenemos que romper la dureza del corazón que vemos en todos lados incluyendo en nosotros mismos.  En muchas partes la solidaridad entre la gente está disminuyendo.  Muchas parejas no quieren casarse sino vivir juntos con cuentas bancarias separadas.  Si desean a hijos, los consideran como medios para cumplir sus propios deseos.  En muchos casos tampoco quieren dar a sus hijos la atención que necesitan para crecer fuertes, cariñosos, y sabios.  Esto significaría que hagan  el compromiso de no divorciarse nunca.  Incluiría la intención de amar a uno y otro con todas sus fuerzas.  También llamaría el sacrificio al menos en parte de sus carreras por el bien familiar.

Entonces si tenemos que preparar la sociedad para Cristo como Juan Bautista ¿qué vamos a hacer?  No vamos a rondar en el desierto predicando el arrepentimiento, pero tenemos posibilidades.  Los matrimonios pueden vivir su compromiso mutuo como testimonio de su fe en Jesucristo.  Pueden educar a sus hijos e informar a los asociados del propósito verdadero de la intimidad sexual.  No es la gratificación de la persona sino el desarrollo como personas humanas de los matrimonios y la procreación de hijos.  Todos nosotros podemos preocuparnos menos en nosotros y más en los que están luchando para sobrevivir. 

En la primera lectura el profeta Baruc dice a la gente que el tiempo de la lamentación ha terminado.  Ya no tienen que andar cabizbajos en vestidos de luto.  Interesantemente no dice que se pongan de ropa de lujo sino de la justicia de Dios. Además especifica que la gente dé la gloria de Dios por criar a hijos preparados a caminar en paz con personas de otras partes.  La visión de Baruc se ha amplificado por Jesucristo, la sabiduría de Dios.  Ahora nosotros, sus seguidores, queremos no sólo la solidaridad entre personas sino también entre los pueblos.  Queremos que nuestros hijos anden en paz no sólo con sus compañeros de la misma raza o religión.  Más bien les educamos para que traten a todos con la justicia.  Vamos a realizar todo esto cuando regrese Jesucristo.  No obstante, es de nosotros a preparar su camino.

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