El domingo, 26 de agosto

EL XXI DOMINGO ORDINARIO

 
(Josué 24:1-2.15-17.18; Efesios 5:21-32; Juan 6, 55.60-69)


No es inaudito que un atleta abandone su equipo.  Puede ser para ganar más pago o para jugar más tiempo en el partido.  De todos modos, varios beisbolistas y futbolistas dejan su equipo hoy día para jugar con un otro.  En el evangelio hoy muchos discípulos dejan a Jesús pero para otro motivo.  Ellos no pueden aceptar su enseñanza sobre la Eucaristía.


A la primera escucha, el mensaje de Jesús suena bombástico.  ¿Cómo es su “carne… verdadera comida” y su “sangre…verdadera bebida”?  Pero Jesús no está hablando de una dieta balanceada sino de la comida espiritual que jamás agotará dando la vida.  Es la interiorización de sí mismo – sus palabras, sus virtudes, su espíritu del amor -- incorporadas en el pan consagrado que produce la vida eterna.  Es como si finalmente se hubiera producido la comida perfecta que no sólo fortalece el cuerpo sino suaviza las actitudes, enriquece los pensamientos, y mejora las acciones de la persona.

Sin embargo, no es su enseñanza sobre la Eucaristía que causa el éxodo de la Iglesia hoy día.  Más bien es otra doctrina referida en las lecturas hoy.  La Carta a los Efesios menciona cómo el marido y su esposa se hacen “una sola cosa”.  Según Jesús esta compenetración de los dos significa el vínculo permanente del matrimonio.  Entonces, porque la Iglesia les prohíbe la recepción de la Santa Comunión a los divorciados, a menudo la dejan.


La Iglesia valora el matrimonio como un patriota valora la bandera de su nación.  Eso es, lo ve como el símbolo del amor de Cristo para su pueblo.  La lectura de los Efesios describe el extenso de este amor cuando dice cómo el hombre y la mujer tienen que someterse a uno y otro.  ¿Quién no siente la presencia de Dios cuando escucha a un hombre declara que su amor para su esposa es más grande después de cincuenta años que en el día de su matrimonio?  O ¿quién no se edifica cuando escucha de una mujer desistiendo de toda actividad para cuidar a su esposo moribundo?  Algunos predicadores evitan este pasaje porque parece decir que el marido es a su esposa lo que el sargento es al soldado.  Interesantemente el Catecismo de la Iglesia Católica no dice nada sobre el sometimiento de la mujer.  Más bien, hace hincapié en la necesidad que el hombre ame a su esposa “como Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella…” Pudiéramos añadir que si la esposa debe someterse, es sólo para dejar al hombre sacrificarse por ella.


Vivimos en tiempos difíciles.  Los matrimonios no sólo deshacen con frecuencia sino también los jóvenes no quieren comprometerse en el matrimonio.  Más retador aún, la noción del “matrimonio gay” les hace pensar a muchos que el matrimonio es una invención plástica que se conforma a los antojos humanos. Tenemos que aprender de Jesucristo para salir de este bosque oscuro.  Como Dios él nos ama hasta darse a sí mismo como nuestra comida en la Eucaristía.  Así los matrimonios reflejan su amor cuando se le entrega a uno y otro.  Entonces el resto de nosotros, viendo el amor sacrificial tan cerca como la casa de nuestros tíos o nuestros vecinos, respondemos con el deseo de alabar a Dios y apoyar al otro.  Sí, viendo el amor en medio de nosotros, nos hace alabar a Dios y apoyar al prójimo.

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