El domingo, el 18 de diciembre de 2011

IV DOMINGO DE ADVIENTO

(II Samuel 7:1-5.8-12.16; Romanos 16:25-27; Lucas 1:26-38)

“Ser joven de nuevo”, muchos suspiran. Lo hacen con razón. Pues, los jóvenes están en la cima de sus poderes. Miguel Ángel esculpió “la Piedad” cuando tenía apenas veinticuatro años. Einstein escribió su tratado sobre la relatividad especial con sólo veintiséis años de vida. Y Mozart había compuesto muchos de sus mejores obras antes de tener 24 años. En el evangelio hoy leemos de otra joven que logra un hecho sumamente valioso a una edad tierna.

El ángel saluda a María, “Alégrate, llena de gracia”. Hoy en día estas palabras nos indican su Inmaculada Concepción. Sin embargo, a la joven le preocupan. A lo mejor le parecen peligrosas, un piropo no buscado que va a resultar en problemas. Nosotros tenemos la misma reacción cuando nos salta en el Internet publicidad sugiriendo el cumplimiento de deseos por cliquear el botón.

Pero no es que todas las ofertas nos perjudiquen. Es posible que Dios sea el que nos llame a cambiar la vida por emprender un nuevo proyecto. ¿Qué nos quiere hacer? Cada uno tiene que responder por sí mismo. Puede ser precisamente dejar de ver para siempre la pornografía de Internet. O posiblemente quiera que dejemos el grupo de chismosas con quienes andamos. Puede ser comenzar un nuevo ministerio: servir caldo a los desamparados o testimoniar contra aborto delante de “Planned Parenthood”.

A María le llama Dios a ser madre del Salvador. Su hijo sería ambos el Hijo del Altísimo y el hijo de David. En la primera capacidad redimiría al mundo del pecado. Y en la segunda cumpliría la antigua promesa de levantar al pueblo Israel de nuevo a la preeminencia. Aunque tiene la gracia, María se da cuenta de límites que le impediría a llevar a cabo tal gran proyecto. Es virgen. Es poblana. Es humilde. “¿Cómo podrá ser esto?” responde a Gabriel como si el ángel estuviera equivocado.

Sería imposible si no fuera por el Espíritu Santo. El ángel le indica que no tiene que buscar ni hombre, ni la corte real, ni oro. Tendría al Espíritu Santo que le proveerá todo. Sólo tiene que confiar en Él. El mismo Espíritu viene en nuestro apoyo. No permitiría que la soledad, la letargia, el miedo, o cualquier otro obstáculo prohíban el cumplir de nuestro objetivo. Sólo tenemos que pedirle el acompañamiento. Una vez un niño de siete años estaba muriendo después de ser atropellado por un carro. La madre se determinó a salvar su vida, pero los médicos ni siquiera le mirarían en los ojos. Ella asaltó al cielo con oraciones pidiendo a Dios el socorro. Y el niño se recuperó.

Después de definir el proyecto, analizar las dificultades, y rezar para la ayuda, tenemos que poner las pilas y mover con la decisión. El éxito depende del empeño total. Si no podemos darnos cien por ciento, vamos a caer como si estuviéramos corriendo con piernas atadas. En el evangelio María no tarda más. Se muestra a sí misma como el discípulo modelo por actuar sin vacilar. Escucha la palabra de Dios, la contempla en el corazón, y la pone en práctica sin titubear. Una vez que dice a Gabriel, “…cúmplase en mí lo que me has dicho”, no mira para atrás.

Una vez una mujer se enfrentaba a gran reto. Quería hacerse católica pero el hombre con quien convivía, el padre de su niña, no tendría nada que ver con el proyecto. Sabiendo que sería deshonesto mantener una relación ilícita como católica, la mujer dejó al hombre. Vivía con su hija sirviendo caldo a los desamparados por muchos años. Después de su muerte la Iglesia le declaró una Sierva de Dios, un paso a la canonización. Con el mismo empeño queremos llevar a cabo el proyecto a la cual Dios nos llama. Con empeño queremos llevar a cabo nuestro proyecto.

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