El domingo, 11 de mayo de 2014

EL CUARTO DOMINGO DE PASCUA

(Hechos 2:14.36-41; I Pedro 2:20-25; Juan 10:1-10)


Una vez “el que cuida la puerta” refería sólo al guardián de la puerta.  Pero ahora “el que cuida la puerta” tiene muchas referencias como el director determinando cuales noticias el periódico imprimirá, el oficial escogiendo cuales estudiantes serán admitidos a la universidad, y el secretario dándoles a algunos el permiso a ver al mandatorio.  En todos casos “el que cuida la puerta” tiene control sobre lo que pasa en una organización.  Es persona con autoridad.

En el evangelio hoy Jesús ocupa la frase para indicar al asistente que permite a unos pero no a todos entrar al rebaño.  Dice que “el que cuida la puerta” la abrirá al buen pastor y la cerrará al ladrón.  En diferentes modos las madres, que honramos hoy (el Día de Madre en los EEUU como fue ayer en México), sirven como “el que cuida la puerta” por la familia.  Por la mayor parte son las que determinan cuál tipo de comida será servido en la casa.  Es de ellas a balancear la dieta para que todos coman nutritiva sin comer excesivamente.

Más importante aún es el papel de las madres junto con los padres a cuidar la puerta a la mente de sus hijos.  Las madres deberían controlar la cantidad tanto como la cualidad de televisión mirada en la casa.  Igualmente tienen que asegurar que los chicos no vayan a cines inaceptables.  Desde que la inmundicia del Internet (el instrumento del diablo dice una doctora) puede invadir la casa, las amas de casa siempre deberían estar vigilando sobre las computadoras y ya los teléfonos de sus hijos.  Sobre todo las madres tienen que asegurar que sus hijos asocien con niños con valores verdaderos.  Una vez una madre tenía que prohibir a su hija a salir con muchachas que la enredaban en problemas.  Años después, el padre de la joven dijo que esa prohibición fue el momento decisivo en la vida de su hija.

Aunque varía ahora más que antes, todavía las madres tienen el papel mayor en muchas familias a presentar a sus hijos a Jesús.  Lo hacen en la niñez por mostrarles que tanto Jesús los ama.  En tiempo van a decirles las historias evangélicas para animar su fe.  Rezan con sus hijos para que se aprovechen del conocimiento de Dios.  Y nunca dejan de rezar a Dios por ellos.  Una madre con hija ya adulta pero inmadura ora que su hija “se enamore con el Señor”.  Es oración digna de todas madres.

Las enseñanzas religiosas y las oraciones pertenecen a la casa porque la familia es la “iglesia doméstica”.  Se la ha nombrado así desde la antigüedad porque todos los bautizados participan en el sacerdocio común de los fieles con los tres menesteres de Cristo.  Son para decir la verdad como profetas, para ofrecer sacrificios como sacerdotes, y para gobernar como reyes.  Las madres llevan a cabo el papel del profeta cada vez que enseñan a sus hijos hacer lo bueno y evitar lo malo.  Cumplen el papel del sacerdote cuando  rezan en la casa.  Y actúan como rey por hacer reglas firmes y justas.  A lo mejor las madres tienen más efecto en sus hijos que el cura o la religiosa de la parroquia. 

Amamos a nuestras madres por habernos dado la vida.  Pero si la vida física fuera su único aporte a nosotros, no merecerían mucho cariño.  No, las apreciamos y las festejamos hoy por haber compartido con nosotros la vida dela  gracia, la vida de Jesús.  Gracias, madres, por enseñarnos cómo rezar antes de comer.  Gracias, madres, por insistir que pidamos perdón a aquellos que hemos ofendido.  Gracias, madres, por mostrarnos la primacía de la misericordia con el socorro del pobre en la puerta.  Gracias, madres.

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