El domingo, 25 de mayo de 2014


EL SEXTO DOMINGO DE PASCUA

(Hechos 8:5-8.14-17; I Pedro 3:15-18; Juan 14:15-21)


En una novela una joven anda con un grupo a un mirador.   La hora es temprana; pues, quieren ver la salida del sol.  La joven siente un poco molesta por falta del sueño.  Cuando espía una flor en el suelo, se para para examinarla.  Los otros le exigen que se apure.  Dicen que va a perder ver el espectáculo del sol.  Desgraciadamente algo semejante pasa con algunos de nosotros.  Como la joven puede perder ver la maravilla del sol levantándose sobre el horizonte por mirar una flor del campo, varios católicos pierden  conocer al Espíritu Santo por cosas cotidianas.  Las lecturas de la misa hoy nos indican cómo el Espíritu Santo puede enriquecer nuestras vidas.

En el principio del Evangelio según San Lucas, Juan Bautista dice que viene uno que va a bautizar con el Espíritu y el fuego.  Está anticipando la transformación de vidas con el bautismo en el Espíritu Santo: vidas cambiadas del azul al rojo, de la indiferencia a la pasión.  En la primera lectura los Hechos de los Apóstoles describe a unos samaritanos bautizados sin recibiendo al Espíritu.  Se puede decir que son purificados del pecado pero les falta el fuego de la gracia.  Son como muchos que acuden la misa dominical pero muestran poco ánimo para el discipulado de Jesús.  A estos también les falta la fuerza plena del Espíritu.

El evangelio hoy nos indica el primero de dos efectos del Espíritu Santo.  Imparte a los discípulos el amor para que apoyen a uno y otro en el camino largo a la salvación.  Pasando por los desvíos en la vida – el placer de las drogas, la intriga de la intimidad con otra mujer u otro hombre, la excitación de los juegos – la atención de la comunidad cristiana nos mantiene en el rumbo más o menos derecho.  Sin la parroquia o nuestra comunidad pequeña somos como una nave sin timón siendo soplados por los vientos de la moda.

El Espíritu Santo también nos impulsa fuera de nuestra comodidad para compartir el conocimiento del Señor.  Un ministro laical describe su experiencia de invitar a sus amigos a acompañarle a la misa.  Habla de un compañero llamado Juan que encontró en un bar de deportes.  Una tarde de sábado lo acompañó a la iglesia.  Después de oír al ministro-amigo proclamar la palabra de Dios, Juan le dio un cumplido.  Dijo algo como: “si te vistiera en un alba, habría pensado que eres sacerdote”.  Ahora aunque sea la persona más mal vestida en la misa, Juan sigue asistiendo semana tras semana.  El ministro siente seguro que era el Espíritu Santo que le llamó para tomar tan buena pesca.

Una vez había varios reportes de plumas del Espíritu Santo.  Por supuesto, tales reliquias nunca han existido.  El Espíritu Santo no es palomo ni otro tipo de materia física, viva o muerta.  Pero sí, hay evidencia del Espíritu Santo en las comunidades de fe invitando a otras gentes a un paso derecho en el rumbo al Señor.  Tienen catecumenados con veintenas de personas.  Tienen decenas de vocaciones al sacerdocio y la vida religiosa.  Tienen membresías llenas de preocupación por uno y otro y por el mundo entero.  Tales comunidades muestran el fuego del Espíritu Santo.  Tales comunidades constituyen huellas del Espíritu.

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