El domingo, 19 de julio de 2015

EL DECIMOSEXTO DOMINGO ORDINARIO

(Jeremías 23:1-6; Efesios 2:13-18; Marcos 6:30-34)


Recientemente el director de la empresa Starbucks anunció una iniciativa prometedora.  No era una bebida nueva de café sino una manera nueva para ayudar a sus trabajadores.  El jefe dijo que su corporación pagará las cuotas universitarias por sus empleados.  Ya los baristas no tendrán que ver el hacer del capuchino como su futuro.  Más bien pueden anticipar empleos con salarios más en conforme con el sueño norteamericano.  Ese director se prueba a sí mismo como pastor en la línea de Jesús del evangelio hoy.

La primera parte del evangelio según san Marcos presenta a Jesús como sanador y predicador.  Pero en la lectura hoy se ve como líder comprensivo.  Cuando los discípulos regresan de la misión, él se da cuenta de su fatiga.  Les dirige a retirarse para recuperar las fuerzas.  Asimismo, cuando se lo acerca la gente buscando conocimiento, Jesús no se la niega.  Con gusto les enseña los misterios de Dios.  En estas maneras Jesús se ha hecho ejemplo para todos tipos de dirigentes: párrocos, gobernantes, jefes de trabajo, maestros, aun padres de familia.  Ellos no han de aprovecharse de sus súbditos sino ayudarles realizarse como personas integras. 

Desgraciadamente no todos los jefes sienten responsables por sus trabajadores.  A veces actúan como los pastores en la primera lectura dispersando a sus ovejas para su provecho propio.   En las oficinas el hostigamiento sexual sigue como una amenaza al bien.  En el taller particularmente los indocumentados son vulnerables a los inescrupulosos que no pagan lo que es debido.  Existe también la corrupción entre los oficiales.  Todavía se ponen de manifiesto políticos suplementando sus salarios con regalos de empresarios y policía abusando su poder. 

Se ve la tendencia de explotar a los subordinados aun en la familia. Algunas parejas han abandonado la vocación de considerar a sí mismos como encomendados por Dios para cuidar a sus hijos.  Más bien tratan a sus niños como objetos para complacer sus deseos personales.  Quieren determinar no sólo el número sino también las características de sus hijos.  Si se concibe una criatura que tiene un defecto médico o simplemente el sexo no deseado, están preparados para abortarla.  Si el niño no actúa en conforme a su programa, pueden rechazarlo como un fracaso.

Tenemos a Cristo como rescate de la tentación para instrumentalizar a otras personas.  La carta a los Efesios lo llama “nuestra paz”.  Eso es, en su cuerpo crucificado ambos los judíos y los paganos de la antigüedad reconocen a una víctima degollada por los pecados de ambos pueblos.  A la misma vez se dan cuenta que la historia de Jesús no termina con la cruz.  Resucitará de la muerte para llamar a todos a vivir unidos en su cuerpo renovado, la Iglesia.  Así nosotros vemos en la cruz de Cristo el resultado de nuestro deseo para aprovecharnos de otras personas.  Y en la resurrección anticipada por una segunda mirada percibimos el trampolín para superarlo. Ya reinando en la gloria, Jesús nos favorece con la fuerza para imitar su bondad.

Hay un proverbio que refleja el misterio de Dios.  Dice que la mayor felicidad proviene de ayudar a los demás.  Desgraciadamente algunos siguen buscando el sueño americano por explotar a sus subordinados.  Pero nosotros sabemos que la crucifixión pone de manifiesto la verdad del proverbio.  Allí miramos a Cristo, aparentemente derrotado por habernos ayudado hasta el extremo.  Dándole una segunda mirada, percibimos el que se resucitará en la gloria.  Percibimos en el crucificado, el que resucitará en la gloria.

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