El domingo, 7 de febrero de 2016



EL QUINTO DOMINGO ORDINARIO

(Isaías 6:1-3.3-8; I Corintios 15:1-11; Lucas 5:1-11)


Hace seis años treinta y tres mineros estuvieron atrapados bajo el desierto chileno.  Eran personas de diferentes temperamentos y religiones.  Algunos querían hacer cualquiera cosa para salvarse.  Otros se dieron por vencidos.  Hubo católicos, evangélicos, testigos de Jehová, y ateos. Jamás habrían congregado para rezar si estuvieran afuera.  Pero en su apuro la súplica era la goma que los tenía unidos.  Rezaron todos los días: “No somos los mejores hombres, pero, Señor, ten piedad de nosotros”.  También confesaron sus faltas.  Un hombre dijo que tomaba demasiado.  Otro, que se enojaba con demasiada rapidez.  Y otro admitió que no era buen padre a su hija.  Así fue con todos.  Con estos actos de humildad los mineros dieron eco a Isaías en la primera lectura.

El hombre está rezando en el templo de Jerusalén.  Mira arriba y ve al Señor Dios.  Como los mineros bajo la tierra, Isaías experimenta un momento de la verdad.  Siente que su vida está terminando.  Sólo puede confesar sus pecados si por casualidad Dios quisiera perdonárselos.  Por supuesto, Dios no desea que muera Isaías.  Más bien lo purifica para que sea su mensajero en el mundo.

Ya ha llegado nuestra hora de reconocimiento.  Este miércoles comenzamos la cuaresma.  Tenemos cuarenta días para darnos cuenta de la presencia de Dios en nuestros medios.  Como Isaías queremos examinar nuestras conciencias para descubrir los pecados contaminando nuestras almas.  Pueden ser actos de concupiscencia que cometimos como jóvenes.  Pueden ser las culpas reclamadas por los mineros pero comunes a todos.  Pueden ser hechos de arrogancia, desprecio, e intolerancia que molestan tanto a Jesús por el evangelio.  El objetivo de nuestro inventario del yo será purificar nuestras conciencias para que vivamos más libres.  Es como el halfback entrenando para el Superbowl por quitarse de diez libras para que corra más veloz.

Se ve a Pedro hacerlo en el evangelio.  Después de experimentar el poder de Jesús Pedro tiene que admitir que ha pecado mucho.  No se dice lo que ha hecho pero del resto del evangelio se puede intuir sus pecados.  Como falla a Jesús por no desvelarse rezando con él en el jardín, Pedro es dispuesto a la flojera.  Más grave, su negación a Jesús en la casa del sumo sacerdote le muestra como inconstante en su amor.  Sin embargo, Jesús no demora en las debilidades de Pedro sino se da cuenta de las posibilidades.  Lo llama a servir como el primer apóstol destinado a atraer a muchos a Cristo.

Otra preocupación nuestra durante la cuaresma es discernir a qué Jesús nos llama a nosotros.  Una vez más hay varias posibilidades.  Puede ser mejores padres o más responsables administradores.  Sin embargo, no deberíamos pasar por alto la posibilidad que el Señor desee algo duro de nosotros.  Aunque la muchacha tiene a novio, es posible que Jesús la llame a ser religiosa.  Aunque el hombre está muy ocupado toda la semana, es posible que Jesús quiera que visite a los enfermos en sábado.  Un hombre de negocio de México ya mayor ha desarrollado un ministerio a la cárcel en Dallas.  Toda semana va con un grupo para ayudar a los encarcelados reconocer la caridad de Dios.

A nadie le gusta negarse a sí mismo con una dieta.  Cuesta dejar de comer pasteles y chocolates.  Pero es la única manera que tenemos para quitarnos del peso.  Durante la cuaresma la dieta nos sirve como símbolo del otro tipo de la quita.  Nos quitamos del pecado por reconocer nuestras faltas.  A lo mejor esta quita es aún más penosa que la de no comer dulces.  Sin embargo, su premio es más grande.  Vivimos más libres de conciencia y más dispuestos a servir al Señor.  Con la confesión de pecados vivimos más libres a servir.

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