El domingo, 10 de abril de 2016

Tercer domingo de Pascua

(Hechos 5:27-32.40b-41; Apocalipsis 5:11-14; John 21:1-19)

San Pedro es uno de los personajes más notables en la iglesia primitiva.  A menudo habla por los demás apóstoles en los evangelios.  Tiene un papel principal en los Hechos de los Apóstoles.  Es mencionado en las cartas de San Pablo, y hay dos cartas del Nuevo Testamento atribuidas a él.  Por eso, los expertos preguntan: “¿Por qué los cuatro evangelios describen su negación de Jesús con tanto vigor? ¿No fue escandaloso este episodio para los primeros cristianos?” 

Sí, su rechazo de Cristo fue problemático.  Pero también fue esperanzador.  Pues muchos cristianos de la primera época fueron perseguidos tal como los cristianos sirianos hoy día.  Si dejaron su compromiso a Cristo para que no fueran torturados y después recapacitaron su acción, tenían a Pedro como modelo.  Podrían reintegrarse en la comunidad sin sufrir demasiado desprecio frente a los otros miembros porque la misma cosa pasó a San Pedro.  En el evangelio hoy, Pedro sirve como modelo para todos los cristianos en al menos dos otros aspectos.

Pedro era pescador.  Antes de conocer a Jesús todos los días bajaba las redes para ganar la vida.  Jesús le hizo en pescador de hombres.  En el pasaje hoy Pedro ha regresado a su oficio anterior.  Curiosamente se retrata como subiendo su barca de pesca después de haber visto Jesús resucitado. Sin embargo, es probable que el evangelista Juan utilice la historia como símbolo de la evangelización.  Pedro y sus compañeros no fallan atrapando pescados sino predicando el evangelio.  Fracasan porque lo intentan sin la atención apropiada a Jesús.  Es decir que han estado predicando sin la convicción que Jesús les ayudara.  Pero cuando ponen su atención al Señor Jesús por rezar y conformar sus vidas a la suya, el resultado cambia.  Toman una pesca tan grande que no pueden jalar la red.  Eso es, reciben muchos conversos. 

Como los papas nos dicen continuamente, todos nosotros hemos de evangelizar. Esto es nuestra misión como cristianos católicos tan cierta como era el menester de los doce.  Pero no es cuestión simplemente de hablar de la gloria de Cristo.  Más bien la evangelización nos incumbe vivir íntimamente el amor de Jesús.  ¿Qué mejor testimonio a la eficacia de Cristo tenemos que la vida de la ya nombrada santa Teresa de Calcuta?  Su vida comprometida al bien de los marginados llamó la atención no sólo de los obreros sino también de los sofisticados. 

Curiosamente en el mismo pasaje evangélico se presenta a Pedro como pastor también.  Jesús le encomienda el cuidado de sus corderos y ovejas.  Por supuesto, esto significa que tiene que cuidar a sus seguidores, sean hombres o mujeres, niños o adultos. Vale considerar la base del cargo.  Jesús no nombra a Pedro como su vicario por su inteligencia ni por su sabiduría.  Le quiere como responsable por su pueblo porque Pedro le quiere profundamente.  Antes de cada mandato a servir, Jesús le pruebe este amor con una pregunta penetrante. 

Tal vez nosotros no tengamos responsabilidad por miles personas pero raramente no hay a nadie dependiente de nosotros.  Ciertamente ustedes padres están encomendados con el bien de sus familias.  Los jefes de negocios y los maestros de escuela están responsables por números más grandes.  Aun los niños a menudo cuidan a sus hermanos menores.  Si somos verdaderos discípulos como Pedro en el evangelio, desempeñaremos estos cargos por amor de Jesús.  Querríamos hacer lo mejor posible para dar testimonio de nuestra estima para él.

Levantado sobre el foro en Roma hay una gran estatua de San Pedro.  Se puede ver al pescador convertido en pastor de lejos.   Pero esto es problemático.  Pues San Pedro no es tanto para ser visto sino para ser imitado.  Como evangelizó él, nosotros tenemos que contar a los demás de Cristo.  Como cuidó al pueblo de Dios, nosotros también hemos de buscar el bien por aquellos encomendados a nosotros.  Vamos a fallar a veces como el mismo Pedro.  Pero también como él, vamos a encontrar a Cristo en la resurrección de la muerte. 

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