Tercer domingo de Pascua
(Hechos
5:27-32.40b-41; Apocalipsis 5:11-14; John 21:1-19)
San
Pedro es uno de los personajes más notables en la iglesia primitiva. A menudo habla por los demás apóstoles en los
evangelios. Tiene un papel principal en
los Hechos de los Apóstoles. Es
mencionado en las cartas de San Pablo, y hay dos cartas del Nuevo Testamento atribuidas
a él. Por eso, los expertos preguntan: “¿Por
qué los cuatro evangelios describen su negación de Jesús con tanto vigor? ¿No fue
escandaloso este episodio para los primeros cristianos?”
Sí, su
rechazo de Cristo fue problemático. Pero
también fue esperanzador. Pues muchos cristianos
de la primera época fueron perseguidos tal como los cristianos sirianos hoy
día. Si dejaron su compromiso a Cristo para
que no fueran torturados y después recapacitaron su acción, tenían a Pedro como
modelo. Podrían reintegrarse en la
comunidad sin sufrir demasiado desprecio frente a los otros miembros porque la
misma cosa pasó a San Pedro. En el
evangelio hoy, Pedro sirve como modelo para todos los cristianos en al menos
dos otros aspectos.
Pedro
era pescador. Antes de conocer a Jesús
todos los días bajaba las redes para ganar la vida. Jesús le hizo en pescador de hombres. En el pasaje hoy Pedro ha regresado a su
oficio anterior. Curiosamente se retrata
como subiendo su barca de pesca después de haber visto Jesús resucitado. Sin
embargo, es probable que el evangelista Juan utilice la historia como símbolo
de la evangelización. Pedro y sus
compañeros no fallan atrapando pescados sino predicando el evangelio. Fracasan porque lo intentan sin la atención
apropiada a Jesús. Es decir que han
estado predicando sin la convicción que Jesús les ayudara. Pero cuando ponen su atención al Señor Jesús por
rezar y conformar sus vidas a la suya, el resultado cambia. Toman una pesca tan grande que no pueden
jalar la red. Eso es, reciben muchos
conversos.
Como los
papas nos dicen continuamente, todos nosotros hemos de evangelizar. Esto es
nuestra misión como cristianos católicos tan cierta como era el menester de los
doce. Pero no es cuestión simplemente de
hablar de la gloria de Cristo. Más bien
la evangelización nos incumbe vivir íntimamente el amor de Jesús. ¿Qué mejor testimonio a la eficacia de Cristo
tenemos que la vida de la ya nombrada santa Teresa de Calcuta? Su vida comprometida al bien de los
marginados llamó la atención no sólo de los obreros sino también de los
sofisticados.
Curiosamente
en el mismo pasaje evangélico se presenta a Pedro como pastor también. Jesús le encomienda el cuidado de sus
corderos y ovejas. Por supuesto, esto
significa que tiene que cuidar a sus seguidores, sean hombres o mujeres, niños
o adultos. Vale considerar la base del cargo.
Jesús no nombra a Pedro como su vicario por su inteligencia ni por su
sabiduría. Le quiere como responsable por
su pueblo porque Pedro le quiere profundamente.
Antes de cada mandato a servir, Jesús le pruebe este amor con una
pregunta penetrante.
Tal vez nosotros
no tengamos responsabilidad por miles personas pero raramente no hay a nadie
dependiente de nosotros. Ciertamente
ustedes padres están encomendados con el bien de sus familias. Los jefes de negocios y los maestros de
escuela están responsables por números más grandes. Aun los niños a menudo cuidan a sus hermanos
menores. Si somos verdaderos discípulos como
Pedro en el evangelio, desempeñaremos estos cargos por amor de Jesús. Querríamos hacer lo mejor posible para dar
testimonio de nuestra estima para él.
Levantado
sobre el foro en Roma hay una gran estatua de San Pedro. Se puede ver al pescador convertido en pastor
de lejos. Pero esto es
problemático. Pues San Pedro no es tanto
para ser visto sino para ser imitado.
Como evangelizó él, nosotros tenemos que contar a los demás de
Cristo. Como cuidó al pueblo de Dios, nosotros
también hemos de buscar el bien por aquellos encomendados a nosotros. Vamos a fallar a veces como el mismo Pedro. Pero también como él, vamos a encontrar a
Cristo en la resurrección de la muerte.
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