El domingo, 25 de febrero de 2024

SEGUNDO DOMINGO DE CUARESMA

(Génesis 22:1-2.9-13.15-18; Romanos 8:31-34; Marcos 9:2-10)

Como siempre escuchamos el evangelio de la tentación de Jesús en el primer domingo de Cuaresma, podemos contar con escuchando la historia de su transfiguración en el segundo. También escuchamos el mismo evangelio al seis de agosto.  Parece que el evento es tan importante para nuestra consideración que vale la repetición. Vamos a reflexionar en este cambio de apariencia en dos maneras: lo que pasa a Jesús y lo que pasa a los testigos que incluyen a nosotros mismos.

A veces los predicadores tratan de diferenciar entre una transformación y una transfiguración.  Dicen, por ejemplo, que la transfiguración es siempre de un estado bajo a un estado más alto mientras la transformación puede ser un mejoramiento o una deterioración.  Pero esta distinción es difícil ver.  El griego del evangelio hoy dice “metemorphOthE” que es traducido como “fue transformado”.  Evidentemente se desarrolló la costumbre a través de los siglos de llamar esta experiencia de Jesús “la Transfiguración” como la tenemos ahora en nuestros misales. 

De todos modos, el aspecto de Jesús cambia rápida y significantemente.  Se revela su identidad completa cuando su ropa comienza a brillar.  Como se ve Superman cuando el periodista Clark Kent se quita su traje, se ve el Mesías de Dios cuando se ponen lucientes las vestiduras de Jesús.  Esta transformación verifica lo que Pedro afirmó antes: Jesús es el Mesías o, en griego, el Cristo.  También indica la verdad que Jesús mismo trató de inculcar en sus discípulos con poco éxito.  Eso es, aunque es el Mesías, tiene que morir para lograr la salvación de Israel. 

Además de su transfiguración, hay dos otros testimonios en favor de Jesús en este evangelio.  La presencia de Moisés y de Elías en ambos lados de Jesús muestra su preeminencia en la historia de la salvación.  Sus palabras llevan a la perfección la Ley que Moisés presentó al pueblo.  Asimismo, su sufrimiento culminará los sacrificios de los profetas, entre quienes Elías es el más prominente, para llevar a cabo la voluntad de Dios.

En el desierto Dios comunicó con Israel de una nube. Ahora en la montaña también utiliza una nube para entregar su mensaje.  Dice: “Este es mi Hijo amado…” Jesús es su "amado" porque cumple su voluntad en todo.  Luego concluye: “…escúchenlo”.  Porque perfectamente hace la voluntad del Padre, él vale la escucha de los discípulos.

Jesús no es el único de experimentar un cambio en este relato.  También sus discípulos están afectados.  Su fe ha crecido desde que treparon el monte.  Asombrados por la visión de Jesús transfigurado, ahora esperan que algo extraordinario le pase a Jesús.  Por lo menos se puede decir que su fe no debería sacudirse completamente cuando Jesús es crucificado.

Nosotros hemos sido conscientes de la pasión y resurrección desde nuestras primeras lecciones del catecismo.  Sin embargo, es posible que viviendo entre escépticos y no creyentes que ahora abundan comencemos a dudar estos principios de fe.  Pero al escuchar este evangelio podemos hacer una afirmación de fe con tanta convicción como Abraham en la primera lectura.  Abraham creyó que Dios no iba a negar su promesa de hacer de él el patriarca de una nación numerosa a pesar de que le pidió que sacrificara a su único hijo.  Ahora es de nosotros vivir con tanta fe.  No importa lo que digan los sabios de este mundo, seguimos a Jesús, nuestro Señor resucitado. 

Comenzamos este camino cuaresmal con la imposición de cenizas en nuestras frentes.  El cura nos dijo que éramos polvo y al polvo regresaremos.  Ahora después de escuchar el evangelio de la transfiguración podemos añadir algo a este pronuncio alarmante.  De polvo tan fino como las cenizas del crematorio vamos a resucitar a la vida eterna.

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