I Domingo de Pascua
(Hechos
10:34a.37-43; Col 3,1-4; Lucas 24:1-12)
Hoy
celebramos la culminación de nuestra fe.
Cristo ha conquistado la muerte para reinar en la gloria por
siempre. Con su victoria nosotros
también esperamos superar la muerte. En la Primera Carta a los Corintios San Pablo describe la muerte como “el último
enemigo”. Se ve como “el último” en dos
sentidos. Es el único oponente que queda
y también el más potente. Antes de ver
las lecturas de la misa, deberíamos examinar por qué la muerte proporciona tan
grande desafío.
En igualdad
de condiciones, nadie quiere morir. Es
cierto que algunos por estar en el dolor preferían que sus vidas se
terminen. Pero somos hechos no solo para
existir sino para florecer. El hecho de
que no podemos quedarnos por siempre en este mundo nos parece como una
afrenta. Buscamos una manera de evitar
la muerte. Algunos concentran en vivir
sanamente haciendo ejercicio y comiendo solo las porciones apropiadas de
comidas recomendadas. Si este régimen
parece severo, otros simplemente evadirán el pensamiento de la muerte. Muchos hoy en día dirigen a sus familiares
que organicen “celebraciones de la vida” en lugar de funerales cuando fallecen. Hasta entonces viven comiendo y bebiendo como
los epicúreos de la antigüedad.
Además de
temer el regreso a la no existencia, nosotros cristianos nos preocupamos de la
muerte por otra razón. Nos preguntamos si Dios nos juzgará como
justos cuando muramos. Todos nosotros hemos pecado, tal vez gravemente. ¿Pasaremos la eternidad lamentando nuestras
ofensas? Las mujeres que visitan el
sepulcro de Jesús pueden ayudarnos superar ambas inquietudes.
Las mujeres
han seguido a Jesús desde Galilea. Han
apoyado su ministerio con ambos recursos y presencia. El viernes vieron a Jesús morir en la cruz. Luego notaron el lugar donde lo sepultaron. Al momento no hubo tiempo para embalsamar su
cuerpo sin transgredir la ley del sábado.
Pero tan pronto posible al primer día de la semana vienen a la tumba con
especias. Allí encuentran lo
inesperado. No solo se ha quitado la
piedra que cerraba el sepulcro, sino también no se encuentra el cuerpo de
Jesús. Cuando el ángel les anuncia que
Jesús ha resucitado, las mujeres creen.
Entonces, su primer impulso es contarles a los once apóstoles las buenas
noticias.
Las mujeres
nos muestran cómo vivir como seguidores de Jesucristo. Al igual que ellas, hemos de acatar la ley
moral, aun los preceptos que no nos convienen.
Más que esto, tenemos que rendir servicio con obras de caridad. Como decía la Madre Teresa, los pobres son
Cristo disfrazado. También, debemos
aceptar la resurrección del Señor Jesús en la fe. Aunque parece locura a algunos, muchos testigos
oculares del Cristo resucitado dieron sus vidas dándole testimonio. Finalmente, tenemos que compartir nuestra fe
en Jesús con los demás. Viviendo así, no
tenemos que temer ni la muerte ni el juicio después.
La primera
lectura viene de un sermón de San Pedro.
Indica la dinámica que realizó la resurrección de Jesús. Dios lo ungió con su Espíritu para que sanara
a todos oprimidos por el diablo. Cuando lo
crucificaron, Dios actuó de nuevo. Envió
al mismo Espíritu Santo para resucitarlo de entre los muertos. Este Espíritu nos resucitará a todos aquellos
que sigan a Jesucristo en la fe y en el amor.
Para
asegurar que no nos desviamos de Jesucristo, tenemos el consejo de la segunda
lectura. Nos apela que no nos adhiramos
a las cosas de la tierra: el placer, la plata, y el poder. Más bien que busquemos los bienes de Dios: el
amor, el gozo, y la paz. Al actuar así
llegaremos a manifestar la gloria de Jesús resucitado. En la vida actual y para toda la eternidad,
manifestaremos la gloria de la resurrección.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario