El domingo, 20 de abril de 2025

 I Domingo de Pascua

(Hechos 10:34a.37-43; Col 3,1-4; Lucas 24:1-12)

Hoy celebramos la culminación de nuestra fe.  Cristo ha conquistado la muerte para reinar en la gloria por siempre.  Con su victoria nosotros también esperamos superar la muerte.  En la Primera Carta a los Corintios San Pablo describe la muerte como “el último enemigo”.  Se ve como “el último” en dos sentidos.  Es el único oponente que queda y también el más potente.  Antes de ver las lecturas de la misa, deberíamos examinar por qué la muerte proporciona tan grande desafío. 

En igualdad de condiciones, nadie quiere morir.  Es cierto que algunos por estar en el dolor preferían que sus vidas se terminen.  Pero somos hechos no solo para existir sino para florecer.  El hecho de que no podemos quedarnos por siempre en este mundo nos parece como una afrenta.  Buscamos una manera de evitar la muerte.  Algunos concentran en vivir sanamente haciendo ejercicio y comiendo solo las porciones apropiadas de comidas recomendadas.  Si este régimen parece severo, otros simplemente evadirán el pensamiento de la muerte.  Muchos hoy en día dirigen a sus familiares que organicen “celebraciones de la vida” en lugar de funerales cuando fallecen.  Hasta entonces viven comiendo y bebiendo como los epicúreos de la antigüedad. 

Además de temer el regreso a la no existencia, nosotros cristianos nos preocupamos de la muerte por otra razón.  Nos preguntamos si Dios nos juzgará como justos cuando muramos.  Todos nosotros hemos pecado, tal vez gravemente.  ¿Pasaremos la eternidad lamentando nuestras ofensas?  Las mujeres que visitan el sepulcro de Jesús pueden ayudarnos superar ambas inquietudes.

Las mujeres han seguido a Jesús desde Galilea.  Han apoyado su ministerio con ambos recursos y presencia.  El viernes vieron a Jesús morir en la cruz.  Luego notaron el lugar donde lo sepultaron.  Al momento no hubo tiempo para embalsamar su cuerpo sin transgredir la ley del sábado.  Pero tan pronto posible al primer día de la semana vienen a la tumba con especias.  Allí encuentran lo inesperado.  No solo se ha quitado la piedra que cerraba el sepulcro, sino también no se encuentra el cuerpo de Jesús.  Cuando el ángel les anuncia que Jesús ha resucitado, las mujeres creen.  Entonces, su primer impulso es contarles a los once apóstoles las buenas noticias.

Las mujeres nos muestran cómo vivir como seguidores de Jesucristo.  Al igual que ellas, hemos de acatar la ley moral, aun los preceptos que no nos convienen.  Más que esto, tenemos que rendir servicio con obras de caridad.  Como decía la Madre Teresa, los pobres son Cristo disfrazado.  También, debemos aceptar la resurrección del Señor Jesús en la fe.  Aunque parece locura a algunos, muchos testigos oculares del Cristo resucitado dieron sus vidas dándole testimonio.  Finalmente, tenemos que compartir nuestra fe en Jesús con los demás.  Viviendo así, no tenemos que temer ni la muerte ni el juicio después.

La primera lectura viene de un sermón de San Pedro.  Indica la dinámica que realizó la resurrección de Jesús.  Dios lo ungió con su Espíritu para que sanara a todos oprimidos por el diablo.  Cuando lo crucificaron, Dios actuó de nuevo.  Envió al mismo Espíritu Santo para resucitarlo de entre los muertos.  Este Espíritu nos resucitará a todos aquellos que sigan a Jesucristo en la fe y en el amor. 

Para asegurar que no nos desviamos de Jesucristo, tenemos el consejo de la segunda lectura.  Nos apela que no nos adhiramos a las cosas de la tierra: el placer, la plata, y el poder.  Más bien que busquemos los bienes de Dios: el amor, el gozo, y la paz.  Al actuar así llegaremos a manifestar la gloria de Jesús resucitado.  En la vida actual y para toda la eternidad, manifestaremos la gloria de la resurrección.

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