El domingo, 19 de octubre de 2025

 

XXIX DOMINGO ORDINARIO
(Éxodo 17:8-13; II Timoteo 3:14–4:2; Lucas 18:1-8)

Reflexionando en las lecturas de hoy, deberíamos llegar a una espiritualidad más rica y profunda. Nos invitan a cambiar nuestra manera de pensar acerca de Dios y, más importante aún, de relacionarnos con Él. Antes de examinar las lecturas, conviene eliminar una idea equivocada sobre Dios.

Jesús mismo nos enseñó a pensar en Dios como nuestro “Padre del cielo”. Pero este Padre no necesita de nuestro agradecimiento ni de nuestro amor como lo necesitan nuestros padres terrenales. Como ser espiritual, Dios no tiene emociones humanas. Su amor no es del tipo que busque afecto, porque es completo en sí mismo. Nos permite y nos exhorta a amarlo, no por su beneficio, sino por el nuestro. Cuando lo amamos hasta el punto de no ofenderlo, crecemos como seres humanos, con la felicidad perfecta como nuestro destino final.

En el libro del Éxodo, cuando Dios le reveló a Moisés su nombre, nos mostró lo que Él es en sí mismo. Dijo: “Soy el que soy”. Estas palabras pueden parecernos misteriosas, pero indican que Dios ha existido desde siempre y que siempre existirá. Él es la fuente de toda existencia, el que creó todo lo que existe a partir de su propio ser. Cuando se hizo hombre en Jesucristo, nos mostró sin lugar a duda que no solo es el Creador de todos los seres humanos, sino también su protector amoroso. Además, dio la tierra a los hombres y mujeres para ayudarles a conocerlo y amarlo.

Veamos ahora la primera lectura, también del libro del Éxodo. Los israelitas están siendo atacados por los amalecitas. Es una agresión injusta, ya que los israelitas no hicieron nada para provocar la guerra. Moisés no tarda en pedir la ayuda del Señor para derrotar al enemigo. La recibe mientras mantiene los brazos levantados en actitud de oración. Pero cuando los baja, los amalecitas comienzan a prevalecer. No es que Dios sea caprichoso al insistir en que le recemos para obtener su ayuda. Más bien, desea que lo busquemos constantemente, para que permanezcamos siempre fieles a Él. Así como los amalecitas están destinados a perecer por su injusticia, los israelitas permanecerán en existencia por su cercanía al Señor.

La parábola de Jesús en el evangelio parece tan provocativa como la que escuchamos hace unas semanas. Recordamos cómo Jesús alabó al administrador injusto por su astucia al pensar en el futuro. En la parábola de hoy, Jesús compara a un juez injusto con Dios. Por supuesto, no pretende decir que Dios sea injusto. Más bien, quiere enseñarnos que debemos comportarnos como la viuda, que no cesa de pedir justicia al juez. Es decir, debemos orar a Dios sin descanso para obtener nuestras necesidades. Una vez más, las Escrituras nos muestran que hacemos bien cuando no nos alejamos del Señor, sino cuando nos entregamos a Él.

Ciertamente san Pablo estaría de acuerdo con la necesidad de ser persistentes en la oración. En la segunda lectura, de la Segunda Carta a Timoteo, el apóstol exhorta a su discípulo a mantenerse firme en lo que ha aprendido y creído. Además, confirma el valor de la Sagrada Escritura como fuente de vida justa.

No debemos terminar esta reflexión sin comentar la pregunta enigmática de Jesús al final del evangelio: “’… cuando venga el Hijo del hombre, ¿creen ustedes que encontrará fe sobre la tierra?’”. Con el alejamiento de tantos de la comunidad de fe, la pregunta resulta particularmente contundente. ¿Serán fieles los hombres cuando regrese Jesús, o se habrán perdido por olvidar a su proveedor? Las lecturas de hoy claramente nos invitan a orar constantemente para que Jesús encuentre fe cuando vuelva. Pero esto no exige solo esfuerzo de nuestra parte. Más aún, nos asegura que Dios, en su amor, siempre nos estará buscando. Como el padre del hijo pródigo, que mira el horizonte cada día esperando una señal del extraviado, Dios nos llama continuamente a volver a Él.

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