Homilía para el 24 de febrero de 2008

El Tercer Domingo de Cuaresma, Ciclo A

(Juan 4:5-42)

Jesús sienta al brocal del pozo. Está cansado y sediento del camino. Pero al nivel más profundo tiene cansancio y sed de ver a la gente media muerta por falta de la fe. Por eso, no tiene ninguna reserva de hablar con los enemigos de los judíos, los samaritanos.

Entonces viene una mujer local. No es joven pero tampoco parece gastada. Ciertamente es mujer “de experiencia.” Cuando Jesús le pide de beber, ella tampoco muestra reserva de hablar con él, aunque es extranjero. Ella conoce la sed y también el cansancio de sacar agua del pozo todos los días. Sin embargo, debajo estos sentidos físicos residen sed y cansancio espirituales. En un momento su sed y su cansancio van a conectar con aquellos de Jesús.

A la samaritana, si o no esté consciente de ello, le falta el Dios. Ha tenido placer con varios hombres, pero ninguno ha podido dejarla satisfecha. Sólo en Dios encontrará la paz. Pero no un dios muerto que algunos adoraran sólo por costumbre sino el Dios vivo cuyo amor rebosa como agua dentro del alma. Cada uno de nosotros es como esta pobre mujer. Por supuesto, no es que hayamos tenido múltiples amantes. Más bien, cada uno de nosotros ha experimentado la frustración e desequilibrio de buscar el cumplimiento en cosas creadas. Sean deportes, mascotas, sexo, comidas o una combinación de estas cosas y más, la creación nos deja inquietos sin Dios. Somos como los floreros con grandes bases y una apertura estrecha en la cima. No se puede llenarnos por una inundación de aguas – eso es, la creación. Más bien, necesitamos un flujo fino de agua – el Espíritu Santo – para ser cumplidos.

Jesús hace contenta a la samaritana por darle el amor. Su amor no es romántico sino caritativo y basado en la estima para su dignidad. Porque ella es imagen de Dios, creada para compartir en la felicidad de la Santísima Trinidad, Jesús le extiende su mano de misericordia. La mujer se da cuenta de su bondad. No tiene vergüenza a decir que Jesús, el Mesías, conoce sus pecados: “Me ha dicho todo lo que he hecho.” A nosotros también Jesús nos ama a pesar de todo lo que hemos hecho. Seamos una madre soltera, un drogadicto, un trabajador agrícola, o un sacerdote de extranjero, Jesús nos ama. Nos pide que arrepintamos de nuestros pecados, es cierto. Pero nos ama y nos provee su apoyo para hacer los cambios necesarios. Jesús nos ama.

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