Homilía para el Domingo, 15 de junio de 2008

Homilía para el Once Domingo de Tiempo Ordinario

(Mateo 9:39-10:8)

mera a los misioneros en el evangelio hoy, ¿podemos agregar nuestros nombres? Dice, “…Simón, el llamado Pedro, y su hermano Andrés…” ¿Estamos listos a poner, “Y Carmelo y su hermana María Luisa” ¿Por qué querríamos hacerlo? Porque también nosotros estamos llamados a llevar la buena nueva del Reino de Dios al mundo. El Documento de Aparecida, que redactaron los obispos de Latinoamérica el año pasado, refiere a todos los católicos comprometidos como “discípulos misioneros.”

Sin embargo, no es necesario que aprendamos Suahili y compremos boletos de avión al África. No, la tierra misionera es acá en nuestra ciudad, en nuestro barrio, y entre nuestras familiares. Jesús ve a la gente en su lugar como “extenuada y abandonada, como ovejas que no tienen pastor.” ¿No está describiendo también a nuestro pueblo actual? Muchas de nuestras familias no rezan juntas, ni comen juntas, ni visitan a los abuelos juntas. Muchas de nuestras muchachas se ponen embarazadas y nuestros jóvenes drogadictos estropeando sus propias vidas y creando problemas por sus familias.

Ciertamente nos sentimos inquietos con el nuevo cargo que recibimos del Señor. No sabemos cómo dirigirnos a otras personas. Algunos querrían salir dos por dos a las casas con el horario de las misas parroquiales en mano. Otros preferían a gritar en las esquinas, “El reino de los cielos está cerca.” A lo mejor estas acciones no serán efectivas. Entonces, ¿qué haremos? Primero tenemos que conocer a Jesús mejor. Lo encontramos en la Biblia, en los sacramentos, y en otras personas, particularmente los sufridos. Podríamos comprar el misal con las lecturas de las misas dominicales por una cuota razonable y meditar en el evangelio antes de salir para la misa. Cuando nos profundizamos en su palabra, Jesús nos enseña cómo llegar a la gente. Curaremos a los enfermos, al menos de su soledad, con nuestra atención. Arrojaremos los demonios de soberbia por nuestra santidad. Resucitaremos a los muertos de flojera en la familia por nuestra insistencia que nos cooperaremos.

Un ejemplo de una cristiana en misión es la mujer, Doña Reyna, que entra la prisión cada domingo para rezar con los encarcelados. No es su empleo y ni recibe un cinco por el servicio. Lo hace porque cree que Jesús le ha mandato como cristiana. Usualmente un sacerdote le acompaña a la mujer, pero a veces ella misma conduce la oración. En la lista de los apóstoles, se puede agregar el nombre “Reyna” junto con “…Simón, el llamado Pedro, y su hermano Andrés.”

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