Homilía para el Domingo, 27 de julio de 2008

El XVII Domingo Ordinario

(Mateo 13:44-52)

El papa Benedicto acaba de regresar de la Jornada Mundial de Juventud. Este año el evento tuvo lugar en Australia. No se esperaban tantos jóvenes como en países con mayores números de católicos. Sin embargo, una vez más estuvieron centenares de miles de jóvenes desbordándose con entusiasmo por la Iglesia. A lo mejor hubo unas experiencias como la historia de una joven hace seis años en Toronto.

Al final de la Jornada Mundial en 2002 una mujer de veinticuatro años se acercó al micrófono libre para declarar el impacto del evento en su vida personal. Dijo que la experiencia le rescató la vida. Explicó que ella había vivido en las calles de la ciudad desde que tenía quince años. Se hizo adicto al alcohol y drogas. Para apoyar estos vicios se hizo prostituta también. Era al punto de suicidarse cuando unos jóvenes la limpiaron e la invitaron a la Jornada Mundial de Juventud. Allá, contó la mujer, encontró a un viejo que cambió su vida. El viejo le dijo que la amó. La mujer relató que muchos viejos le habían dicho que la amaron pero este habló de verdad. El viejo le dijo también que Dios la ama. La ama Dios tanto que quiere pasar toda la eternidad con ella y que envió a su propio hijo para hacerlo posible. Entonces la mujer dijo que el viejo le hizo sentido y que ya quería vivir.

Por supuesto, el viejo en la historia es el papa Juan Pablo II. El mensaje que le dio es el mismo que Jesús relata en las dos primeras parábolas del evangelio hoy. Solemos pensar en el tesoro escondido y la perla valiosa como el Reino de los cielos. Sin embargo, se puede interpretar estas parábolas en un modo distinto. El tesoro escondido y la perla valiosa pueden ser nosotros que Dios encuentra abandonada y desgastada como la joven antes de escuchar al papa. Entonces, Dios entrega la entidad más preciosa que tiene para obtenernos. Eso es Su propio hijo, nuestro Señor Jesucristo.

Si Dios nos ha comprado, realmente somos de Él. Por eso, no somos libres de actuar en cualquier modo que nos dé la gana. Más bien, tenemos que seguir Su voluntad. Tenemos que darle las gracias y alabanzas, particularmente en los domingos. Tenemos que desarrollar nuestras mentes y cuidar nuestros cuerpos. Para los muchachos esto quiere decir que no deberían estar pasando todo el verano en la playa o frente al televisor sino también leyendo libros y ayudando en la casa. Finalmente, Dios nos pide a cuidar a nuestros prójimos con amor. Prácticamente esto significa que cada uno de nosotros tenga un modo regular para ayudar a los demás, sea cortar el césped por la vecina viuda o sea visitar a los enfermos como ministro de la Eucaristía.

Un hombre de noventiuno años acaba de cruzar el país para ver a su hijo recibir su doctorado. El nuevo doctor pertenece al viejo, aunque vive con su esposa e hijo. Con más cercanía aún, somos de Dios. Seamos tan grandes como el papa Juan Pablo o tan chiquillos como un bebé recién nacido pertenecemos a Dios. Nos ama y nos quiere desarrollar todos nuestros talentos. Que no Lo faltemos nunca. Que no Lo faltemos.

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