Homilía para el domingo, 24 de mayo de 2009

La Ascensión del Señor

(Hechos 1:1-11; Efesios 4:1-13; Marcos 16:15-20)

Este fin de semana (en los Estados Unidos) llegamos a la coyuntura de dos días festivos – uno religioso y el otro más público.  Los dos han perdido significado en los años recientes por diferentes razones culturales e históricas.  Esta disminución ha resultado en el paso del día de la celebración del festivo religioso al domingo y del festivo público al lunes.  Parece que la Ascensión del Señor no tiene nada en común con el Día Memorial más que soportar la misma falta de atención.  Sin embargo, vale la pena buscar otras conexiones más significantes.

Nos cuesta apreciar el significado de la Ascensión.  La vemos como la partida de Jesús de la tierra – un suceso aparentemente negativo.  Tal vez por esta razón la gente asistía cada vez menos a la misa cuando se celebraba la fiesta el cuadragésima día después del Domingo de la Pascua.  Sin embargo, la Ascensión tiene sus aspectos sumamente provechosos.  Jesús se va precisamente para establecer un lugar para nosotros.  Antes el cielo era en todas partes y en ninguna parte porque existía puramente como el reino de los espíritus.  Pero cuando Jesús asciende cuerpo y alma, él tiene que colocarse en un espacio fijo.  No sabemos donde exista este lugar ni que dimensiones tengan.  Sin embargo, lo reconocemos como nuestro último hogar.  También con la llegada a su Padre, Jesús nos socorre por el envío del Espíritu Santo.  Con esta fuerza podemos dirigir nuestras pasiones a cumplir proyectos constructivos.

Se encuentran los orígenes del Día Memorial en los años posteriores a la Guerra Civil.  Este conflicto cobró más vidas que cualquier otro en la historia norteamericana.  Por muchos años se llamaba el día “Día de Decoración” porque era el día en que la gente decoraría con flores las tumbas de los caídos en guerra.  Siempre estaba celebrado el 30 de mayo.  Se cambió el nombre al “Día Memorial” después de la Segunda Guerra Mundial tal vez porque ha habido muchas tumbas de soldados americanos en tierras lejanas que no recibían ninguna flor.  En 1971 pasaron el día al último lunes de mayo para dar un fin de semana largo al pueblo.  Puede ser también que la experiencia divisiva de la Guerra Vietnamita causó un cambio de perspectiva entre la gente.  Por la primera vez prefirió pasar el tiempo divirtiéndose en las playas que meditando sobre el significado de la muerte en guerra.

Dice la Carta a los Efesios que Jesús no entra al cielo sólo sino con los santos de tiempos pasados.  Los soldados, marineros, y aviadores que mueran en las guerras pueden unirse con este peregrinaje si defienden su país por motivos puros.  Eso es, heredarán la compañía de Jesús si honran su deber a proteger al pueblo y no abusan de su cargo por aniquilar a los enemigos como moscas, maltratar a los civiles como juguetes, o aprovecharse de sus armas como mafiosos.  No es para nosotros a juzgar cuales caídos de guerra sean justos y cuales no.  Recibimos al Espíritu Santo para orar que Dios perdone a todos sus faltas.  Nuestros rezos transcienden el reconocimiento del sacrificio de los caídos de guerra.  Más bien, nos ponen en solidaridad con ellos por tres motivos.  Primero, nosotros también vamos a experimentar la muerte.  Segundo, nosotros también vamos a ser juzgados según la pureza de nuestros corazones.  Y finalmente, al menos esperamos que el cielo sea también nuestro último hogar.

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