El domingo, 14 de febrero de 2010

EL VI DOMINGO ORDINARIO

(Jeremías 17:5-8; I Corintios 15:12.16-20; Lucas 6:17.20-26)

Hay un sacerdote que se describe a sí mismo como teniendo “un ministerio a los ricos”. Parece raro, ¿no?, “ministerio a los ricos”. No es que a los ricos no les falte el apoyo de la palabra de Dios. Ellos cometen pecados y sufren el dolor como todos. Pero parece extraña la frase porque Jesús en el evangelio se dirige a los pobres. Dice que en su venida se cumple la profecía de Isaías que se predicará la buena noticia a los pobres.

En el pasaje hoy Jesús tiene palabras para ambos los pobres y los ricos. Dice a los pobres que de ellos es el Reino de Dios. Tal vez algunos querrían saber, ¿cuánto vale el Reino? Pero esta pregunta no se le ocurre al pobre del Reino porque sabe cómo su tesoro consiste precisamente en la persona de Jesús. Los pobres son dichosos cuando conocen a Jesús como la roca que estabilice la vida. Estos pobres siguen el evangelio de manera que no se entreguen a los vicios que vuelven la vida en un basurero. Más bien, siempre recurren al Señor donde encuentran el apoyo como un río trayendo todos los recursos de la vida. ¿Todos los pobres son así? No, pero los pobres son más probables a confiar en Dios porque no duermen encima de lechos rellenos de dólares para apoyar sus sueños.

El rico también puede tener a Jesús como amigo. Pues, Jesús enviaría a todos hoy una tarjeta de felicitación pintada con un gran corazón rojo, “Que seas mi amigo”. Sin embargo, a veces el rico se absorbe en sus propios proyectos tanto que no se fíe del Señor. Tiene un mil de citas que no le permiten a rezar. Su seguro, su pertenencia al club de sport, y su dieta de bajos carbohidratos le permiten olvidarse del Señor como el primer recurso de la vida. Con demasiada frecuencia ignoran el hecho que Jesús se dirige a los pobres entre los cuales se le puede encontrar todavía.

Una vez dos famosos escritores estaban platicando sobre la pobreza. Dijo el primero, “Hay una diferencia entre los pobres y los ricos”. El otro comentó, “Sí, el dinero”. Pero dinero es sólo la primera de muchas desigualdades entre los ricos y los pobres. Los pobres pierden más años de la salud perfecta que los fumadores, y los niños pobres son dos veces más probables a ausentarse de la escuela que otros niños. Los pobres son menos probables a casarse y más probables a tener a hijos fuera del matrimonio. Una mujer chicana que se había criado pobre pero se había educado y se había casado con un comerciante dijo con franqueza: “He sido pobre y he sido rica, y es mucho más fácil ser rica”. Esta mujer no se olvidaba ni de sus orígenes pobres ni de Dios que le apoyaba. Una vez por semana cruzaba la frontera entre El Paso y Ciudad Juárez para enseñar a las mujeres indigentes las materias para cumplir la secundaria.

Hoy la Iglesia recuerda a los grandes misioneros a los eslavos santos Cirilo y Metodio. Sin embargo, es otro santo que nos llama la atención. San Valentino era sacerdote romano que soportó el martirio en el siglo tres. No se sabe nada más de él con certeza. Sin embargo, desde que una leyenda cuenta que él ayudaba a los novios cristianos casarse, pensamos en el Padre Valentino como el patrono del amor. Pero es un amor anónimo porque no sabemos de Valentino y, por eso, digamos un amor inclusivo a todos. Que imitemos este amor inclusivo, por amar a todos, particularmente a los pobres. Estaríamos siguiendo a Jesús en el evangelio. Estaríamos siguiendo a Jesús.

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