El domingo, 28 de febrero de 2010

II DOMINGO DE CUARESMA

(Génesis 15,5-12.17-18; Filipenses 3,17-4,1; Lucas 9:28ª-36)

Las cimas de montaña son lugares de grandes visiones. La noche antes de su asesinato el doctor Martin Luter King dio su famoso discurso, “Yo he estado en la cima de montaña”. En ello el doctor King dijo que desde la cima de montaña había visto a los afro-americanos en Alabama y en Georgia defendiendo sus derechos civiles. Siguió que desde la cima de montaña había visto centenares de miles de personas, ambos morenos y blancos, apoyando su sueño de la igualdad entre las razas. Tan esperanzador que fuera la visión de Martin Luter King, palidece en comparación con la visión de los discípulos de Jesús en la montaña del evangelio hoy.

Pedro, Santiago, y Juan ven el rostro de Jesús cambiándose de aspecto y sus vestiduras haciéndose blancas y relampagueantes. Sienten asegurados como Abram en la primera lectura cuando mira sus sacrificios quemados por el Señor. Ya saben que Jesús, en cuyas manos han puesto su destino, no es charlatán. Es al menos un ángel trayéndoles el mensaje divino. Asimismo, nosotros sentimos esta seguridad en la presencia de una persona que ha dedicado su vida a Dios. Hace algunos años hubo una película documentaria mostrando la vida dura de los monjes cartujos. Enseñó cómo se levantan durante la noche para rezar y cómo trabajan la granja en manera primitiva. Pero no son personas tristes y deprimidas. Más bien, son atentos a sus tareas y expresivos en la recreación. Al final de la película se le entrevista a un monje viejo que es ciego. Él expresa su sentimiento por la gente de hoy que no conoce a Dios. Viendo la película, uno se llena del afán a conocer la verdad que motiva como esos monjes.

La verdad es que Dios nos ha liberado de las fuerzas mortíferas de este mundo. Ha enviado a Su Hijo, Jesucristo, no sólo para enseñarnos como vivir libres de las tendencias pecaminosas sino también para soltarnos de los agarros de modernismos que nos tienen presos. La presencia de los grandes personajes de las Escrituras con Jesús atestigua todo esto. Moisés les entregó a los israelitas la Ley cuando Dios los libró de la esclavitud. Elías sufrió el rechazo total cuando insistía en la obediencia a la misma Ley. Ahora estos dos platican con Jesús sobre su muerte. No se lo dice pero parece muy posible que hablen sobre cómo la cruz de Jesús será el medio de interiorizar la Ley para que los humanos por fin consigan la libertad que Dios quiere para Sus hijos e hijas.

Con los discípulos deberíamos estar despertándonos de nuestros sueños. Eso es, deberíamos estar dándonos cuenta como hemos sido cautivos por fuerzas nefarias. No es que seamos esclavos a los hombres sino es que los valores consumistas y los temores fatalistas de nuestro tiempo nos han encantado. Decía el Papa Juan Pablo II que es bueno de tener cosas pero la buena vida no consiste en tener muchas cosas sino en ser mejores personas. Podemos decir sí, es bueno ser miembro de un club de ejercicio pero si hacemos ejercicios primeramente para llamar la atención de los demás, somos oprimidos por el egoísmo. También, sí es bueno tener el Internet para la computadora pero si estamos aprovechándonoslo sólo para comunicar con amistades de Facebook día y noche, somos sobrecogidos por la frivolidad. En otro rumbo, sí es bueno conocer el DNA, pero si este conocimiento va a preocuparnos de modo que no queramos casarnos ni queramos tener familia, mina nuestro bien y no nos sirve.

La voz de Dios nos llama desde adentro como, más abiertamente, llama a los discípulos en la lectura. Esta voz es la conciencia exhortándonos, “Escucha a Jesús”. Y ¿qué nos dice Jesús? Para contestar examinemos este evangelio según Lucas por los temas principales. Como el evangelio da la historia del nacimiento de Jesús, deberíamos oír a Jesús diciéndonos que no tengamos miedo a abrazar la vida como buena y llena de posibilidades. Como muestra a Jesús orando habitualmente, deberíamos escuchar a Jesús pidiéndonos a rezar que el Espíritu Santo venga para guiarnos a la verdad. Y como este evangelio siempre reitera la necesidad de ayudar a los necesitados, deberíamos oír a Jesús rogándonos a hacer obras de caridad.

Se llama la experiencia que pasa a Jesús en el evangelio hoy “la transfiguración”. Realmente es, pero la transfiguración no es limitada a Jesús. También, los discípulos son transfigurados. Ya pueden defender a Jesús con toda confianza. Y también nosotros somos transfigurados. Ya sabemos que la voz de nuestra conciencia no es charlatana. Más bien, es Jesús despertándonos a la libertad.

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