El domingo, 17 de abril de 2011

EL DOMINGO DE RAMOS DE LA PASIÓN DEL SEÑOR

(Isaías 50:4-7; Filipenses 2:6-11; Mateo 26:14-27:54)

Deberíamos darnos cuenta de que leemos la pasión de Cristo dos veces en la liturgia cada año. La primera vez es ahora, el Domingo de Ramos, cuando la leemos o del Evangelio según san Mateo (este año), o según san Marcos (el año próximo), o según san Lucas (el año 2013). La segunda vez es el Viernes Santo cuando siempre la tomamos del Evangelio según San Juan.

Tal vez hayamos notado algunas diferencias entre las cuatro versiones. Sólo en Juan, por ejemplo, asoma la madre de Jesús a la cruz. Así se distingue la pasión según Mateo por la trayectoria de Judas, el lavado de las manos por Pilato y el sueño de su esposa, la amargura de los judíos hacia Jesús, y varios otros detalles. Es importante que nos demos cuenta que las diferencias entre las narrativas no simplemente agregan información sobre la crucifixión. Más bien, representan las distintas maneras en que cada evangelista entiende el sacrificio de Jesús por nosotros.

Decimos “cada evangelista” pero en realidad Mateo y Marcos escriben de la misma perspectiva. Para ellos, pero no para Lucas ni Juan, Jesús sufre tanto la humillación y el abandono como el dolor físico. Sólo en estas narrativas Judas traiciona a Jesús con un beso y los otros discípulos huyen de él como cucarachas de la luz. Sólo en éstas, ambos los judíos y los romanos le escupen a Jesús – los primeros en su cara. Sobre todo, sólo en Mateo y Marcos nadie viene al Jesús crucificado con una palabra de consuelo, y él muere, gritando: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”

Jesús en Mateo y Marcos es sumamente: “despreciado y rechazado por los hombre, varón de dolores” como dice el libro del profeta Isaías acerca del Siervo Doliente. Los primeros dos evangelistas quieren mostrar a sus lectores el carísimo precio que el Hijo de Dios paga por la desobediencia humana. Abrazar la tortura tanto mental como física significa que Jesús muere sin conocimiento seguro de la presencia de su Padre celestial, al menos con su razón humana. No se puede subestimar la enormidad de este sacrificio por nosotros. Es el ofrecimiento de todo su ser. Ni se puede negar que en realidad Dios ha estado presente en cada paso del apuro de Su Hijo. El Padre Dios no tiene ninguna satisfacción ver a Su Hijo abusado, pero sí, se complace que por fin un hombre ha sido obediente hasta el último respiro. Esta presencia de Dios está marcada por lo que pasa al momento de la muerte de Jesús: un testigo objetivo lo proclama “Hijo de Dios” y los justos de tiempos pasados están sacudidos de sus sepulcros.

Nos ayuda esta Pasión según Mateo particularmente cuando nos sentimos solos y malentendidos. Algunos de nosotros han sido abandonados por personas significativas en nuestras vidas. En estas ocasiones, como Jesús en la cruz, no estamos seguros de la presencia de Dios. A lo mejor las divorciadas y las viudas (y los divorciados y los viudos) han tenido esta inquietud. Ciertamente los ancianos dejados en los asilos sin visitantes sienten así. En nuestra angustia, podemos apelar al Padre celestial con Jesús: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” Y recordando lo que pasa a Jesús, podemos recuperar la confianza que nuestro Dios no nos ha olvidado. Más bien, Él actuará pronto para salvarnos del apuro. Dios actuará para salvarnos.

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