El domingo, el 10 de julio de 2011

XV DOMINGO ORDINARIO

(Isaías 55:10-11; Romanos 8:18-23; Mateo 13:1-23)

Toma el teléfono. Llama a cuatro amigos. Habla por quince minutos con cada uno. Escucharás del tiempo, de fiestas y de trabajo. Más tarde o más temprano ti dirán también historias de sufrimiento. No se puede escapar el dolor y la pena en esta vida. Se puede decir que sin el sufrimiento no seríamos humanos. En la segunda lectura san Pablo nos enseña cómo hacer frente a este reto inevitable.

Muchos sufren dolores físicos. Un viejo tiene artritis en la rodilla que le deja en agonía con cada paso que tome. Un joven queda en cama porque la leucemia chupa su energía. Tan difíciles que sean estas enfermedades, tal vez los enfermos sufran más espiritualmente que físicamente. Restringidos a la casa o postrados en el hospital, los enfermos a menudo sienten aislados y solos. Aunque en el principio reciben visitas, después de un mes aun llamadas telefónicas se hacen esporádicas. Se extiende el dolor espiritual fácilmente en todas direcciones: los niños que han sido abusados; las mujeres que han sido violados; los soldados que sufren el desorden del estrés pos-traumático; los trabajadores que se desemplean. Se puede ver el doble golpe del dolor después de un accidente o un desastre natural. Un choque deja al chofer lesionado, sin carro, y endeudado. Un tornado destruye la casa y mata la mitad de la familia.

“¿Por qué - preguntamos – hay tanto sufrimiento?” Los científicos explican el dolor con referencias a células de nervio alcanzando al cerebro. Los sociólogos teorizan sobre la huida de los enfermos por el temor controlando las reacciones humanas. Los meteorólogos contribuyen sus ideas sobre los fuertes cambios del tiempo. Tan satisfactorios que sean estos aportes para entender el gran matriz del sufrimiento, no son adecuados si no reconocen la causa humana. La tradición bíblica ha colocado la fuente del sufrimiento en la rebelión del hombre contra Dios. Sí, estira nuestra mente pensar en el pecado de entes tan pequeños como nosotros humanos detrás de todo el dolor en el mundo pero es lo que san Pablo quiere decir cuando dice en la lectura, “…la creación está sometida al desorden, no por su querer, sino por la voluntad de aquel que la sometió”. Está refiriéndose al libro de Génesis donde Dios somete la creación al desorden como consecuencia del pecado de Adán.

Nosotros hijos e hijas de Dios no escapamos el sufrimiento. Aunque somos redimidos por Cristo, no hemos recibido exención del dolor tanto físico como espiritual. Emitimos el grito, “O Dios, ¿cuánto más tendremos que sufrir?” cada vez que escuchamos otro caso de cáncer u otra incidente de crimen. En la lectura san Pablo sugiere que la naturaleza da eco a nuestros suspiros para alivio. Parece que la tierra gime cuando un huracán desata su furia o cuando la contaminación del aire casi no permite que los rayos del sol lo penetren.

Sin embrago, en el intervalo entre ahora y la venida del Señor en la gloria nosotros seguidores de Cristo no quedamos meramente suspirando. Al contrario, imaginando cómo aparecerá la redención, nos esforzamos en cuanto posible hacerla realidad. Es el empeño de un poeta mexicano organizando a cada persona que encuentre para salvar las mariposas del bosque. Es la compasión de una pareja a la cual el estado le encomienda a niños de familias en conflicto para cuidar. Es el testimonio de una diócesis norteamericana que ha construido un hospital en Honduras para atender a los pobres.

Una cartelera en la carretera muestra un recién nacido con sus brazos abiertos. Dice, “Bebé, es una gran cosa”. Sí, el nacimiento de otro ser humano es una gran cosa. Es un ente pequeño, pero va a crecer a ser hombre. Así contribuirá al desorden por el pecado o prestará su aporte para aliviarlo. “Bebé, es una gran cosa”.

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