El domingo, , 29 de enero de 2012

EL IV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

(Deuteronomio 18:15-20; I Corintios 7:32-35; Marcos 1:21-28)

El niño estuvo atemorizado. No sabía que pensar. Hace un par de años falleció su papa. Ahora acaba de morir la hermana de un compañero. ¿Será él el próximo de irse? Fue a su madre con su miedo. “Mama – dijo – “¿voy a morir?” Así encontramos a los hebreos en la primera lectura. Después de tener experiencias bruscas con Dios van a Moisés con sus preocupaciones.

Moisés conoce a Dios tanto como amigo como emperador. Ha discutido con él como compañeros de muchos años pero de diferentes partidos políticos. Habla con confianza cuando dice al pueblo Israel que no tiene que preocuparse. Dios no siempre les amenazará con el trueno. Tampoco les fastidiará con mandamientos. Más bien, les enviará a un profeta aún más íntimo con Sí mismo que Moisés para explicarles Su voluntad. A lo mejor nosotros aquí sentimos algo del disgusto de los Israelitas viviendo en miedo de Dios. Buscamos otro motivo para seguir creyendo que caer en el infierno cuando moramos.

Afortunadamente hemos sido testigos de la vida del beato Juan Pablo II. Él nos enseñó que la santidad no carece de gozos terrenales. Sus salidas para esquiar nos indicaron que el divertimiento tomado sensatamente es sano. Sin embargo, fueron los retratos de Juan Pablo rezando que lo más nos ayudan aquí. Fotografiado arrodillado ante el Santísimo, Juan Pablo nos muestra la posibilidad de comunicarnos con Dios. Nos recuerda de las muchas referencias de Jesús en los evangelios retirándose a orar. Sea en un lugar solitario, un cerro, o un jardín, Jesús pasa mucho tiempo dialogando con Dios Padre.

Jesús es tan íntimo con Dios Padre que concluyamos que él es el profeta de que Moisés habla en la lectura. Su conocimiento de Dios sobrepasa aquel de Moisés. Donde Moisés sólo pudo ver las espaldas del Señor, Jesús nos revela Su cara. Es un rostro misericordioso como aquel de nuestras madres cuando éramos bebés. Nos intima que Dios está esforzándose para que consigamos la felicidad. Esto es el motivo que hemos estado buscando. Ponemos nuestra fe en Dios porque nos cuida.

Hace un año y medio se cayó la tierra sobre treinta y tres mineros en Chile. La situación era tremendamente precaria. Los hombres estaban enterrados 700 metros bajo tierra no estable. Si ocuparan las grandes taladradoras para alcanzarlos, a lo mejor habrían causado otro derrumbamiento, esta vez fatal. Pero el americano Greg Hall, un católico practicante, tuvo un plan. Rescataría a los mineros con su equipo de ingenieros usando un taladro-martillo. La operación tardó treinta y tres días taladrando metro por metro con oraciones acompañando cada golpe. Al final todos los mineros fueron rescatados. Al señor Hall fue la divina Providencia que dirijo la operación. Eso es, una vez más Dios respondió a los rezos de Su gente con cara misericordiosa.

Nos llaman la atención las caras de nuevos padres fijadas en su bebé. Siguen cada uno de sus movimientos como si estuviera caminando sobre tierra inestable. Hacen caso a todos los sonidos que emite como si estuvieron con el papa. Así es el diálogo entre Jesús y Dios Padre. Le conoce íntimamente de modo que podamos contar con su palabra cuando nos habla de Su misericordia hacia nosotros. Podemos contar con sus palabras cuando nos habla de Su misericordia.

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