El domingo, 11 de marzo de 2012

DOMINGO DE LA TERCERA SEMANA DE CUARESMA

(Éxodo 20:1-17; I Corintios 1:22-25; Juan 2:13-25)

El drama apareció en televisión hace cincuenta años. Era obra de ficción pero enseñó la verdad. Mostró a un hombre volviendo a su pueblo después de haber leído todos los libros en la biblioteca del Congreso. Para comprobar que ha cumplido tal tarea enorme, se convocó una asamblea del pueblo. A la hora indicada el hombre llegó para su discurso. Dijo que se podía resumir la sabiduría de las edades en diez puntos. “El primero – empezó – es ‘yo soy el Señor, tu Dios,…no te fabricarás ídolos ni imagen alguna…Segundo, ‘No harás mal uso del nombre del Señor, tu Dios….’” Entonces la gente presente cumplió los demás mandamientos del Decálogo que la primera lectura de hoy nos relata.

Algunos despiden los Diez Mandamientos como si fueran para niños. Es cierto que los Diez Mandamientos forman sólo la base de la moralidad, pero no son nada despreciable. Una cosa es que los Diez Mandamientos tienen un lugar privilegiado en la Biblia. Se encuentran varias veces, pero por la primera vez en Éxodo, el libro más apreciado por los judíos. Constituyen el núcleo no sólo del libro sino también de la Alianza entre Dios y Su pueblo. En una manera son el regalo más precioso del Señor a Su pueblo. Señala Éxodo que el Decálogo fue escrito con Su propio dedo indicando su trascendencia. En otra manera los Diez Mandamientos comprenden el compromiso del pueblo que vayan a cumplir Su voluntad.

A la primera vislumbre parece que el Decálogo es propiedad de los judíos como las leyes de la Iglesia son particulares a la fe católica. Sin embargo, cuando están analizados, se descubre que los Diez Mandamientos aplican a todos pueblos, en todos tiempos. Los hombres del África tanto como de Australia tienen que honrar a sus padres y madres. Los trabajadores de Japón tanto como de Chile merecen un día de descanso cada semana. “Si es así, ¿cómo ha de tratar el primer mandamiento que exige el dar culto a un solo Dios?” algunos preguntarán. Sin embargo, ¿no es el fenómeno de Dios universal? ¿No es que toda sociedad tenga un ser más alto que todos los demás, sea el Buda en Tíbet y posiblemente la ciencia en varias culturas posmodernas? Por razón que se aplica en todas partes, dice el Catecismo que el Decálogo contiene “una expresión privilegiada de la ley natural”.

Posiblemente pensemos que Jesús ha anulado los Diez Mandamientos con sus dos leyes de amor: amarás a Dios sobre todo y amarás al prójimo como tí mismo. Sin embargo, se ha notado como los primeros tres mandamientos tienen que ver con el amor para Dios y los últimos siete con el amor para el prójimo. Podemos decir que se entienden los Diez Mandamientos correctamente cuando los ponemos como el mínimo de nuestro amor. En realidad, lo que Jesús ha añadido al Decálogo son dos cosas. En primer lugar se da a sí mismo como el mejor modelo del cumplimiento de los mandamientos. (Su amor para Dios Padre es sentido en su oración ferverosa. Su amor hacia nosotros es aún más palpable en la vista de él colgando en la cruz.) Sin embargo, el ejemplo de Jesús, tan inspirador que sea, no va a superar el orgullo y la pereza. Por eso, su segunda añadidura es imprescindible. Jesús nos imparte al Espíritu Santo para que nunca violemos ninguno de los diez.

Ahora, no menos que en los tiempos bíblicos, necesitamos una comprensión de los Diez Mandamientos para afrontar los grandes retos sociales. El quinto mandamiento, “No matarás”, va en contra a las fuerzas promoviendo el aborto y la eutanasia. No hay prohibición del matrimonio gay en el Decálogo porque este tipo de unión no era pensable en tiempos antiguos. Sin embargo, vemos en el noveno mandamiento la presuposición que el matrimonio es entre un hombre y una mujer y en el cuarto mandamiento al menos la esperanza que produce la prole. De manera semejante, por el primer mandamiento, que exige la obediencia a Dios ante el presidente, se les prohíbe a los obispos y párrocos pagar los seguros que provean anticonceptivos.

“¿Qué significa uno? Uno, yo lo sé. Uno es único Dios”. Así va un juego que los judíos ocupan en la Cena Pascual para enseñar a los niños las verdades de la fe. Sigue el juego: “¿Qué significa dos? Dos, yo lo sé. Dos son las tablas de la Ley”. De manera semejante Dios resume la Ley en Diez Mandamientos para enseñarnos Su voluntad. No comprenden todos los preceptos pero les da la base para que, como Jesús, cumplamos Su voluntad. Sí, es cierto. Siguiendo los Mandamientos, cumpliremos Su voluntad.