(Ezequiel
17:22-24; I Corintios 5:6-10; Marcos 4:26-34)
El joven
siempre tenía un grupito alrededor de él.
Dondequiera vaya, le fascinaba a la gente con sus historias. Era paracaidista, y la gente quería saber
cómo es saltar de un avión al aire libre.
Asimismo, en el evangelio Jesús llama la atención de la multitud. Pues le levanta la esperanza con sus cuentos
del Reino de Dios.
El Reino
de Dios es la realización de la soberanía del bien sobre las fuerzas del
mal. Es cuando la solidaridad transforma
la codicia en el empeño para eliminar la pobreza extrema. Es cuando la conciencia mueve a las jóvenes
embarazadas a no abortar a sus niños. Es cuando la ciencia inventa curas para
enfermedades que quiten la vida. Dice Jesús
que el Reino se realiza misteriosamente como lo que sucede cuando la semilla
cae en la tierra. De alguna manera germina,
crece, y produce fruto. Entonces la
cosecha se vuelve dorada para nutrir a millones de personas.
También
el Señor compara el Reino con la cosa más insignificante que se hace un beneficio
para todos. Es como el grano pequeño de
mostaza se desarrolla en un arbusto tan grande que dé hospedaje a varios tipos
de pájaros. Así bajo del Reino de Dios diferentes
gentes florecen. Es como las comunidades
de la Arca donde los sanos conviven con los severamente discapacitados – los
fuertes mostrando la compasión y los débiles, en torno, la paciencia. Es la promesa de los Estados Unidos en cuyo
puerto principal la Estatua de Libertad proclama al mundo: “¡Dadme a vuestros rendidos, a vuestros
pobres, vuestras masas hacinadas anhelando respirar en libertad…!”
No se puede decir que el Reino dependa del esfuerzo
humano. Pues, es de Dios, y Dios va a establecerlo
definitivamente cuando Él quiera. Sin
embargo, Jesús señala que Dios se aprovecha de los hombres para preparar el
mundo para recibirlo. Dice: “… un hombre
siembra la semilla…” y también “…el hombre echa mano a la hoz.” Ahora honramos a nuestros padres por su parte
en prepararnos a experimentar el Reino de Dios.
Un hombre escribe cómo su padre, un florero, le enseñó los valores del
Reino. Cuenta que un día cerca de
Navidad un vecino vino a la florería para comprar una corona navideña, pero le
faltaba suficiente dinero. El florero le
aseguró que estaba bien. Dijo: “Pepe, me
pagas cuando puedas”. Después el hijo se
quejó que su padre regaló la corona que él (el hijo) había fabricado. El mayor le replicó: “Aprenderás algún día
que no es el dinero que cuenta en los ojos de Dios, es la gente”.
Ciertamente queremos agradecerles a nuestros padres
hoy por prepararnos a acoger el Reino de Dios.
Sin embargo, nuestro tributo sería anémico si no está acompañado
por nuestro empeño para pasar adelante
los valores del Reino. Otro escritor
alaba a su padre por haber seguido su conciencia cuando le costaba
bastante. Elabora una lista de
sacrificios que incluye ayudar a los campesinos en México recuperar de un
huracán y marchar por los derechos civiles con el Dr. Martin Luther King. Al tiempo del escribir el padre está viejo y
el hombre sabe que pronto le toca a él alzar la bandera de la justicia. Espera que sus propios hijos escuchen la voz
de Dios dando eco al mismo mensaje en sus conciencias.
A lo mejor el regalo preferido este Día de Padre es
el IPad. Algunos lo alaban como si solo preparara
el mundo para el Reino de Dios. Sin
embargo, el IPad no es lo que los padres más quieren. No, al menos los padres cristianos quieren
ver algo más grande. Más que el IPad o
cualquiera otra cosa, los padres quieren ver a sus hijos crecer en los ojos de
Dios. Quieren que sus hijos sean grandes
en los ojos de Dios.
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