El domingo, 25 de agosto de 2013



EL VIGÉSIMO PRIMERO DOMINGO ORDINARIO

(Isaías 66:18-21; Hebreos 12:5-7.11-13; Luke 13:22-30)

En su libro sobre Jesús el papa emérito Benedicto responde a la cuestión de la evangelización de los pueblos no cristianos.  El Concilio Vaticano II declaró que personas de otras religiones o de no religión que no conocen a Cristo pueden ser salvadas si siguen sus conciencias.  “Entonces - preguntan algunos - ¿por qué no mostramos nuestro aprecio para la fe de los musulmanes, hindús, y budistas por no tratar de convertirlos a la nuestra?”

El papa Benedicto no negaría que otras religiones tengan características admirables.  Es edificante, por ejemplo, ver a un musulmán disculparse de una conversación cuando es la hora de la oración.  Pero no es que todo lo que enseñan ayude la salvación.  Responde el papa Benedicto a aquellos que no ven la necesidad de evangelizar con varios interrogantes: “¿Se salvará alguien y será reconocido por Dios como un hombre recto, porque ha respetado en conciencia el deber de la venganza sangrienta?... ¿Por qué ha convertido sus opiniones y deseos en norma de su conciencia y se ha erigido a sí mismo en el criterio a seguir?” No, estos comportamientos no conducen a ninguno a la perfección esperada por la vida con Dios.  El mundo necesita la verdad de Cristo: que los hombres y mujeres son salvados por el amor abnegado de Jesús lo cual todos estamos llamados a imitar.

En el evangelio hoy el mismo Jesús instruye a la gente que tal amor requiere la disciplina.  No podemos ser generosos sin regularmente dar de nuestros dispensarios a los necesitados.  Igualmente no podemos ser compasivos sin tratar con comprensión a los que carecen el calor humano.  Es cierto que no faltan éstas y otras virtudes en los partidarios de otras religiones.  Sin embargo, son preeminentemente características de Cristo y regularmente encontradas en los santos cristianos.  Por asegurar que todos las aprecien y las practiquen, tenemos que hacer dos cosas.  Primero, viviremos todos los valores cristianos que podemos.  Y segundo, los enseñaremos a nuestros parientes, compañeros y prójimos hasta los rincones más lejanos del mundo.

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