El domingo, 9 de agosto de 2015



EL DECIMONOVENO DOMINGO ORDINARIO

(I Reyes 19:4-8, Efesios 4:30-5:2; Juan 6:41-51)


La próxima vez que veas una película de la ciencia ficción, fíjate cómo se presentan las creaturas de otros planetas.  A veces aparecen con todos los atributos de seres humanos excepto uno, como orejas puntadas.  A veces, como el famoso E.T., aparecen distorsionados como ninguno conocido en este mundo.  El evangelista Juan asume el reto de presentar a Jesús como persona humana y como un ser de los cielos.

Juan nos escribe a nosotros como gente de fe.  Presume que entendemos los símbolos con que Jesús habla en sus discursos.  Está acertado.  Sabemos, al menos un poquito, lo que Jesús quiere decir cuando se describe a sí mismo como, “… el pan vivo que he bajado del cielo.”  Ciertamente los judíos, que no han puesto la fe en Jesús, quedan confusos con este tipo de hablar.  Tienen que preguntarse, “¿No es éste, Jesús, el hijo de José?”  Sí, es hijo de María adoptado por José, pero también tiene otra identidad.  Porque creemos en él, podemos añadir, “es hijo de Dios Padre que ha venido para dar vida al mundo.”

Pero, ¿no es que tengamos la vida?  Así los judíos seguirán preguntándose a sí mismos.  Una vez más diremos nosotros que sí tenemos la vida, pero no todos en el sentido que Jesús significa aquí.  Tenemos la vida biológica, pero Jesús está refiriéndose a otra vida más realizada que la vida mundana.  Se remite a la vida eterna que comienza aquí en la tierra pero no se limita al tiempo cronológico.  Más bien, la vida de Jesús transciende el tiempo para colocar a uno en el rango divino como hijo o hija adoptiva de Dios.  Es la certeza que uno es amado y nadie jamás puede quitarle de este amor.

Curiosamente, los prisioneros que asisten a misa tienen mejor sentido de la vida eterna que la mayoría que andamos libres en las calles.  Estos hombres y mujeres conocen las honduras de la vida a las cuales el ser humano puede caerse.  Sin embargo, han experimentado también el rescate de Jesús que no merecieron.  Ya viven de nuevo, ciertos que nadie ni nada puede detenerles de recibir la plenitud de la libertad.  Pues la libertad verdadera no es tanto andar sin trabas físicas sino es algo más profunda.  Es la capacidad de saber lo que es bueno y hacerlo.  Por eso los prisioneros forman filas para la Santa Comunión como si estuvieran recibiendo amnistía del gobernador realizando sus esperanzas.

Puede ser que todavía nos parezca como ciencia ficción que Jesús vino del cielo.  Esto es porque la verdad es tan maravillosa que no se puede expresarla sin remitir a la imaginación.  En lugar de preocuparnos del conforme de la historia de Jesús con el mundo que veamos sus orígenes como pistas de nuestro destino.  Como Jesús es el hijo de Dios, nosotros también nos hemos hecho en hijos e hijas de Dios, herederos de la gloria.  Como Jesús vino de Dios para rescatarnos de pecado, estamos llamados a vivir las gracias de las bienaventuranzas.  Como Jesús existió antes de la creación del universo, nosotros somos llamados a existir después de su destrucción.  Sí, Jesús nos llama a vivir para siempre.

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