El domingo, 24 de septiembre de 2016



VIGÉSIMO SEXTO DOMINGO ORDINARIO

(Amós 6:1.4-7; I Timoteo 6:11-16; Lucas 16:19-31)

“El diablo puede citar la Escritura por su propósito” – escribe Shakespeare.  El evangelio lo ve haciéndolo.  Satanás lleva a Jesús a la parte más alta del templo.  Le tiente a arrojarse con la frase bíblica: “’Los ángeles del Señor tienen órdenes de cuidarte…’”  Por esta misma razón, no debería sorprendernos  cuando los fariseos distorsionan las Escrituras por sus propósitos malos.

El evangelio del domingo pasado nos dejó con las palabras de Jesús que nadie puede servir a Dios y al dinero.  Sigue este verso un comentario sobre los fariseos.  Dice el evangelio: “A los fariseos les gustaba mucho el dinero.  Por eso, cuando escucharon todo lo que Jesús decía, se burlaron de él”.  En el pasaje hoy Jesús responde a estas críticas de parte de los fariseos con la historia del rico y el pobre. 

El rico lleva ropa fina y come manjares exquisitos todos los días.  Pero no es por eso que se encuentra en el lugar de tormentos cuando muere.  Más bien su pecado fue que desconoció al mendigo Lázaro que quedaba en su puerta todos los días.  A lo mejor el rico lo pensaba como disoluto.  Hubiera citado el Salmo 37 que dice: “Yo fui joven, y ya soy viejo, pero nunca vi desamparado al hombre bueno ni jamás vi  sus hijos pedir limosna”.  Por supuesto, el rico no se molesta a sí mismo para saber qué tipo de persona era el mendigo. Es como muchas personas hoy en día piensan de cada indigente que ven.  Concluyen que el pobre no tiene dinero porque le falta la virtud.

Tenemos que reconocer que demasiadas veces los niños viven en pobreza porque sus padres se han separado.  Si estuvieran echando esfuerzos juntos, a lo mejor podrían proveer pan y frijoles para su familia.  Pero hay familias donde los padres no tienen bastantes horas de trabajo o casas para limpiar para proveer los requisitos de sus niños en escuela.  Es sólo por la gracia de una tía soltera o una pareja sin hijos que responden a su apuro con generosidad que puedan mantenerse.

En la primera lectura el profeta Amós regaña a los ricos.  Dice que se acomodan en casas lujosas mientras sus paisanos sufren desgracias.  Jesús dirigiría a los fariseos los pasajes como esto que se encuentran en varias partes de la Biblia.  Pero los fariseos y sus contrapartes en tiempos modernos no los aceptarían.  Dirían que la Biblia dice muchas cosas y ¿cómo se sabe si que les aplican a ellos?  ¿Los harían caso si los atestigua un resucitado de la muerte?  Esto es lo que pide el rico en la historia.  Quiere que Lázaro vaya a advertir a sus hermanos de la urgencia a socorrer a personas experimentando la miseria.  Pero Abraham tiene razón cuando dice que no.  Como los fariseos no aceptarán las enseñanzas de Jesús cuando los apóstoles lo prediquen resucitado de la muerte, los hermanos del rico jamás creerán el testimonio de Lázaro.

Una vez dos escritores tenían una conversación.  Uno dijo al otro que hay una diferencia entre los ricos y los pobres. “Sí – respondió el otro – el dinero”.   El segundo escritor dijo lo obvio, pero el primero tuvo razón.  Muchas veces a los pobres  les faltan la educación, la confianza, y la concentración aún más que la plata.  Puede ser difícil suplir estas cosas porque a menudo los pobres no participan regularmente en comunidades.  Sin embargo, Jesús parece explícito en su enseñanza.  Si no hacemos esfuerzos para ayudar a los pobres en nuestro medio, no somos discípulos suyos.  Podríamos citar el evangelio día y noche, pero todavía no somos discípulos suyos.

No hay comentarios.: