El domingo, 22 de enero de 2017

EL TERCER DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

(Isaías 8:23-9:3; I Corintios 1:10-13.17; Mateo 4:12-23)

Más tarde este año, cristianos en todas partes del mundo van a celebrar un gran jubileo.  Desgraciadamente pocos católicos participarán en las festividades.  Pues han sido quinientos años desde que Martín Lutero clavó sus noventa y cinco teses criticando la Iglesia Católica.  Sus ideas crearon una revolución que sigue en fuerza hoy en día.  Las divisiones resultantes reflejan bien la preocupación de San Pablo en la segunda lectura.

Pablo escribe a los corintios después de enterarse que se han dividido en facciones.  Dice que unos reclaman que son de Pedro; otros, de Apolo; otros, de Cristo; y todavía otros, de él mismo.  Estas divisiones anticipan las diferentes comunidades de la actualidad: evangélicos, católicos, cristianos, y muchas otras.  De hecho, hay en el record entre triente y cuarenta mil tipos de cristianos en el mundo actual.

Comprende un escándalo no sólo porque todas las divisiones profesan “un Señor, una fe, un bautismo” (Efesios 4:5) sino por algo más atroz.  En los siglos desde Lutero ha habido odio aun la violencia entre los grupos.  Los católicos a menudo han dicho: “Hay que ser católico para ser salvado”. Asimismo los protestantes han condenado a los católicos como supersticiosos.  En el siglo diecisiete la “Guerra de los Treinta Años” luchada por la mayor parte entre los católicos y protestantes causó la muerte de ocho millones personas.  No es por nada que Pablo tiene que preguntar en la lectura si el cuerpo de Cristo, que todos los grupos constituyen, podría ser dividido.  Por supuesto la respuesta correcta es “no”.   Sin embargo, por el orgullo las bandas continúan como un cáncer comiendo tejidos buenos.

En el evangelio Jesús llama a todos a convertirse.  Dice: “’… está cerca el Reino de los Cielos’”.  Tiene en cuenta el amor de Dios que levanta a la gente del odio.  El Concilio Vaticano II llamó a los católicos a un arrepentimiento semejante.  Recomendó que trabajáramos para la reunificación de la Iglesia, un movimiento llamada el ecumenismo.  Surgió que los laicos rezaran por la unidad con sus contrapartes protestantes.  También deseó que colaboraran en proyectos sociales como dar refugio a los desamparados.  El concilio dirigió a los educados en la teología que dialogaran para profundizar el entendimiento de uno y otro. 

Ha habido instancias de estas acciones, pero más hace cuarenta años que hoy en día. Es como si nosotros quisiéramos -- en las palabras del evangelio -- quedar en las barcas de nuestros padres en lugar de seguir a Jesucristo.  Es como si prefiriéramos mantenernos en las redes del prejuicio y la indiferencia al ofrecer una mano de paz a nuestros hermanos en la fe cristiana.  Pero los papas recientes nos han puesto en el camino del verdadero amor cristiano. El papa Juan XXIII creó un departamento vaticano para la unidad cristiana.  Juan Pablo II pidió perdón de los protestantes por el uso de la violencia en el pasado.  Y hace poco Francisco participó en una oración marcando la inauguración del quinto centenario de la protesta de Lutero.  Elogiando al primer protestante, dijo que la pregunta de Lutero sobre cómo lograr la misericordia de Dios es “la pregunta decisiva de nuestras vidas”.

En Francia existe una comunidad de monjes dedicada al ecumenismo.  Llamada Taizé, la comunidad se constituye de más de cien protestantes y católicos.  Los monjes llaman a jóvenes de todas partes del mundo para hacer un peregrinaje a su monasterio.  Allá dialogarán, rezarán y trabajarán juntos para fortalecer los vínculos del verdadero amor cristiano.  Así todos deberíamos actuar para fortalecer el verdadero amor.

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