El domingo, 26 de febrero de 2017

EL OCTAVO DOMINGO ORDINARIO

(Isaías 49:14-15; I Corintios 4:1-5; Mateo 6:24-34)

La mujer creció pobre.  Vino de una familia minera en Nuevo México.  No obstante, tuvo la oportunidad para estudiar a la universidad.  Mientras ensenaba escuela después su graduación, encontró a su esposo, un hombre de negocios.  Su familia prosperó siempre cerca de la Iglesia.  Cuando se jubiló, la mujer se dedicó tiempo a ayudar a una comunidad de mujeres pobres al otro lado de la frontera con México.  Porque no tenía dificultad identificarse con los pobres, sorprendió a sus amigos cuando les dijo: “He estado pobre y he estado rica.  Créanme, es mejor estar rica”.

¿Quién puede echarle la culpa?  Al menos si por decir “ser rico” estamos hablando de tener la suficiencia para dar de comer a su familia y proveerle algunas de las finezas de la vida.  Sin embargo, Jesús advierte a sus discípulos en el evangelio: “’No pueden ustedes servir a Dios y al dinero’”.  Jesús no está criticando el uso de la plata para vivir sino la orientación de la vida para ganar y gastarla.  Es la vida de aquellos que no piensan en Dios para agradecerlo y mucho menos en los indigentes para apoyarlos.

Ahora en los países desarrollados hay en debate acerca de los refugiados.  Dicen algunos que sólo es humano recibir a aquellos huyendo sus tierras nativas por el temor de sus vidas.  Entretanto otros se oponen el recibimiento de los refugiados porque, según ellos, amenazan la seguridad de sus países.  Se puede aprovechar del evangelio para juzgar este debate.  Sí habla sobre la comida y el vestido en el evangelio pero fácilmente se puede aplicar estas referencias al riesgo de aceptar a los refugiados.  Diría: “’… busquen primero el Reino de Dios y su justicia…’”, y la seguridad se les dará por añadidura.

Pensar en Jesús favoreciendo a los refugiados no niega la responsabilidad de los gobernantes a investigar cuidadosamente sus historias.  No deben ser admitidos a un país si existe un sospecho creíble que pueden causar daño a la seguridad pública.  En otros casos es difícil determinar quién es un refugiado verdadero.  Consideremos a los muchachos hondureños cuyas madres les mandaron al norte para vivir con sus parientes.  Los narcotraficantes, que tienen control de sus pueblos, emplearían a estos chicos en el comercio de drogas.  Las madres saben que una vez que sus hijos se junten con los traficantes o mueren pronto o se convierten en asesinos.  ¿No podría un país grande como los Estados Unidos dar refugio  a estos muchachos aunque no conformen exactamente a la definición del refugiado?

La segunda lectura habla de nosotros como “administradores de los misterios de Dios”.  Esta frase indica que sabemos algo que el mundo ignora.  El primer misterio que llevemos en nuestros corazones tiene que ver con la eficacia del amor.  Cuando nos entregamos por el bien de nuestro prójimo, no disminuimos sino nos fortalecen.  Este es la experiencia de Jesucristo crucificado y resucitado de la muerte.  También es nuestra experiencia cada vemos que ayudemos a otra persona.  ¿No es que por lo poco que compartamos con los pobres casi siempre recibamos más en retorno?

Claro que sí.  La razón es que Dios es el amor.  Dice el profeta Isaías en la primera lectura que Dios tiene aún más amor para nosotros como una madre para su criatura.  Él no va a dejarnos faltando las necesidades.  No tenemos que preocuparnos; sólo tenemos que hacer su justicia hacia todos. 


Deberíamos estar pensando en la cuaresma que comienza este miércoles.  ¿Cómo vamos a demostrar nuestra contrición a Dios?  ¿Vamos a dejar de comer chocolate y rezar el rosario diariamente?  Está bien pero el mismo profeta Isaías nos prescribe el ayuno que quiere Dios aún más: “…que rompas las cadenas injustas y levantes los yugos opresores…” (Isaías 58).  Quiere que levantemos los yugos de los refugiados.

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