El domingo, 26 de agosto de 2018


EL VIGÉSIMA PRIMERO DOMINGO ORDINARIO

(Josué 24:1-2.15-17.18; Efesios 5:21-32; Juan 6:55.60-69)

En el evangelio de hoy muchos discípulos abandona a Jesús cuando habla sobre la Eucaristía.  No pueden tolerar a él diciendo que da su propia carne como comida y su propia sangre como bebida.  Ciertamente sus palabras parecen extrañas.  Para aceptarlas hay que entender que su carne y su sangre son pan y vino transformados.  En la actualidad muchos están dejando la Iglesia, el Cuerpo de Cristo.  Sus motivos también tienen alguna razón.  Pero con un mayor entendimiento de la realidad se puede verlos como perdiendo algo precioso.  De veras están separándose del destino más esperanzador que existe.  Vale la pena revisar los más apremiantes de estos motivos para apreciar más nuestra fe.

Los abusos de niños de parte de los sacerdotes y el encubrimiento de los crimines por los obispos han desilusionados a muchos fieles.  Todas personas con sentido de justicia deben indignarse por tales acciones.  Pero escándalos de esta magnitud no son nuevos para la Iglesia.  Desgraciadamente desde el principio algunos representantes de Jesucristo lo han fallado.  Nos acordamos de Judas y Pedro en el evangelio.  En la Iglesia antigua varios obispos y sacerdotes apostataron para evitar la persecución.  Sin embargo, la Iglesia siempre ha mantenido que la eficaz de los sacramentos no depende de la santidad de los ministros.  Más bien es la perfección de Jesucristo que los rinden efectivos.  Deberíamos esperar la bondad del clero.  ¿Estoy ingenuo a pensar que por la mayor parte la encontramos?

Otros han abandonado la Iglesia por sus enseñanzas sobre las relaciones íntimas.  Creen que la Iglesia es demasiada estricta cuando condena el uso de los anticonceptivos.  También piensan que los divorciados y casados por segunda vez deberían ser permitidos a recibir la Santa Comunión.  Era una búsqueda para la verdad que llevó al papa Pablo VI a insistir que cada acto conyugal sea abierto a la concepción.  La Iglesia ve tal acto como un donativo completo del yo al otro que incluye la fertilidad.  Por eso, si retiene la fertilidad por medios artificiales, la pareja está negando a uno y otro un aspecto importante del yo. Porque los dos prometen a darse completamente al uno y otro hasta la muerte, no se puede disolver la unión antemano. 

El mayor motivo para abandonar la práctica de la fe tiene que ver con la promesa de Jesús para la vida eterna.  En esta época de abundancia de cosas materiales, la gente no anhela tanto para estar entre los santos en la eternidad.  En lugar de participar con la gente en la misa dominical, algunos prefieren compartir con sus “amigos” en Facebook.  En lugar de anticipar el cielo por las obras de misericordia, algunos planean un crucero en el Caribe.  Sin embargo, deberíamos recordarnos que Jesús no solo nos promete un lugar en la mansión de su Padre.  También nos ha enseñado que la vida eterna comienza aquí en la tierra.  Por acompañar a Jesús con la Iglesia tenemos el gozo y la paz que hace la vida buena.

La segunda lectura demuestra la tranquilidad del matrimonio cuando las dos parejas se someten a Cristo.  No hay división ni grandes alteraciones. Más bien reina el amor no sólo para uno y otro sino también por Cristo mismo y su Cuerpo, la Iglesia.  Con la Eucaristía en la cual comemos la carne de Cristo y bebemos su sangre, nos profundizamos en este amor.  Pues con ella Cristo nos hace el donativo del yo más profundo.  Nos hace su promesa para acompañar a nosotros más extendido.

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