EL VIGÉSIMA PRIMERO DOMINGO ORDINARIO
(Josué 24:1-2.15-17.18; Efesios 5:21-32; Juan 6:55.60-69)
En el evangelio
de hoy muchos discípulos abandona a Jesús cuando habla sobre la Eucaristía. No pueden tolerar a él diciendo que da su
propia carne como comida y su propia sangre como bebida. Ciertamente sus palabras parecen
extrañas. Para aceptarlas hay que
entender que su carne y su sangre son pan y vino transformados. En la actualidad muchos están dejando la
Iglesia, el Cuerpo de Cristo. Sus
motivos también tienen alguna razón.
Pero con un mayor entendimiento de la realidad se puede verlos como
perdiendo algo precioso. De veras están separándose
del destino más esperanzador que existe.
Vale la pena revisar los más apremiantes de estos motivos para apreciar
más nuestra fe.
Los
abusos de niños de parte de los sacerdotes y el encubrimiento de los crimines por
los obispos han desilusionados a muchos fieles.
Todas personas con sentido de justicia deben indignarse por tales
acciones. Pero escándalos de esta
magnitud no son nuevos para la Iglesia. Desgraciadamente
desde el principio algunos representantes de Jesucristo lo han fallado. Nos acordamos de Judas y Pedro en el evangelio. En la Iglesia antigua varios obispos y sacerdotes
apostataron para evitar la persecución. Sin
embargo, la Iglesia siempre ha mantenido que la eficaz de los sacramentos no
depende de la santidad de los ministros.
Más bien es la perfección de Jesucristo que los rinden efectivos. Deberíamos esperar la bondad del clero. ¿Estoy ingenuo a pensar que por la mayor
parte la encontramos?
Otros han
abandonado la Iglesia por sus enseñanzas sobre las relaciones íntimas. Creen que la Iglesia es demasiada estricta
cuando condena el uso de los anticonceptivos.
También piensan que los divorciados y casados por segunda vez deberían
ser permitidos a recibir la Santa Comunión.
Era una búsqueda para la verdad que llevó al papa Pablo VI a insistir
que cada acto conyugal sea abierto a la concepción. La Iglesia ve tal acto como un donativo completo
del yo al otro que incluye la fertilidad.
Por eso, si retiene la fertilidad por medios artificiales, la pareja
está negando a uno y otro un aspecto importante del yo. Porque los dos prometen
a darse completamente al uno y otro hasta la muerte, no se puede disolver la
unión antemano.
El mayor
motivo para abandonar la práctica de la fe tiene que ver con la promesa de Jesús
para la vida eterna. En esta época de
abundancia de cosas materiales, la gente no anhela tanto para estar entre los
santos en la eternidad. En lugar de
participar con la gente en la misa dominical, algunos prefieren compartir con
sus “amigos” en Facebook. En lugar de anticipar
el cielo por las obras de misericordia, algunos planean un crucero en el
Caribe. Sin embargo, deberíamos recordarnos
que Jesús no solo nos promete un lugar en la mansión de su Padre. También nos ha enseñado que la vida eterna
comienza aquí en la tierra. Por acompañar
a Jesús con la Iglesia tenemos el gozo y la paz que hace la vida buena.
La
segunda lectura demuestra la tranquilidad del matrimonio cuando las dos parejas
se someten a Cristo. No hay división ni
grandes alteraciones. Más bien reina el amor no sólo para uno y otro sino
también por Cristo mismo y su Cuerpo, la Iglesia. Con la Eucaristía en la cual comemos la carne
de Cristo y bebemos su sangre, nos profundizamos en este amor. Pues con ella Cristo nos hace el donativo del
yo más profundo. Nos hace su promesa
para acompañar a nosotros más extendido.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario