EL VIGÉSIMO DOMINGO ORDINARIO
(Proverbios
9:1-6; Efesios 5:15-20; Juan 6:51-58)
Un
profesor de medicina contó esta historia del caroteno, el nutriente que da a las
zanahorias su color anaranjado. Dijo que
una vez le visitó una familia orgullosa que había estado diligente en su
consumo de zanahorias. Pensaba el padre
de la familia que cuantas más zanahorias come la persona, mayor es el valor
nutritivo recibe. Entonces cuando llegaba
a la casa del profesor, ¡la familia lucía del color anaranjado! A veces nos hacemos como la comida que
consumimos. Esto es ciertamente el caso
de la Eucaristía de que Jesús habla en el evangelio de hoy.
El
pasaje muestra a los judíos como perplejos acerca de la declaración de Jesús. Dice que va a darles su carne a comer.
“¿Cómo…?” responde la gente. Este
interrogante ha resonado por veinte siglos en todas partes del mundo. Sin embargo, Jesús no se dirige a la cuestión. Sólo insiste en la eficacia de su carne que
ofrece como comida. Dice: “’Si no comen
la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no podrán tener vida en
ustedes’”.
Es su
vida que el consumo de su carne produce.
Aquellos que la tomen se hacen como él.
No se derrotarán por las fuerzas nefarias de la vida actual. Más bien muestran el mismo dominio del yo y empeño
por los demás que caracterizan la historia de Jesús.
La
segunda lectura de la Carta a los Efesios advierte: “No se embriaguen”. Quiere que los lectores eviten todas formas
de adicciones por el dominio del yo. Un
artículo de revista reciente muestra cómo las adicciones minan la salud de
ambas el cuerpo y el espíritu. Una joven
del barrio pobre se ha puesto extremamente obesa por el apetito para la comida rápida. Su peso ha fomentado otros problemas médicos
como la diabetes y la apnea del sueño.
Con estas condiciones encima de una infancia turbulenta la mujer no ha
podido enfocar en sus estudios y consecuentemente ha perdido la oportunidad de seguir
una carrera. Ya se va de ilusión a
ilusión – un día, un nuevo empleo; otro día, un hombre que le mostró interés en
ella – siempre fracasando en alcanzar su objetivo. Como resultado se siente decepcionada y
confundida.
Tomando
la carne de Jesús el cristiano hace un pacto con él. Promete seguir sus
enseñanzas particularmente el mandamiento de amar a los demás cómo él ha
amado. Por su parte Jesús provee las
ayudas necesarias, particularmente el discernimiento y la determinación del
Espíritu Santo. Aunque sea incomprensible
a algunos, este pacto lleva al cristiano a una vida ambas digna y satisfactoria.
Produce
otro beneficio aún más llamativo. Como es su vida que ofrece Jesús con su carne,
los que la consuman participarán en la eternidad. La muerte no va a terminar la trayectoria de
su existencia.
En la
primera lectura la sabiduría pide: “’ Vengan a comer de mi pan y a beber del
vino…’” Ahora Cristo nos hace a todos
nosotros la misma petición. El pan
eucarístico es su carne que nos nutre con la vida eterna. El vino eucarístico es su vida con que dominamos
el yo. Vengámonos a participar en su oferta.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario