El domingo, 14 de abril de 2019


DOMINGO DE RAMOS DE LA PASIÓN DEL SEÑOR

(Isaías 50:4-7; Filipenses 26-11; Lucas 22:14-23:49)

Cada uno de los cuatro evangelios presenta a Jesús con un matiz distinto.  El Evangelio de San Juan lo describe como el rey divino.  El Evangelio de Marcos da un retrato de Jesús como maestro del Reino de Dios, y el Evangelio de Mateo como el legislador supremo.  El Evangelio según San Lucas, que leemos en la mayoría de los domingos este año, también tiene su perspectiva propia.  En ello Jesús se ve sobre todo como un hombre justo y amistoso.  Lucas no niega que Jesús es profeta y mesías, pero destaca las características más humanas como la compasión. Vemos estos rasgos alcanzando una cumbre en la historia de su Pasión.

En la cena antes de su ordalía de sufrimiento Jesús muestra gran aprecio para sus discípulos.  Les felicita por haber preservado con él en sus pruebas y les promete el Reino.  Aparece Jesús particularmente gracioso en el Monte de Olivos.  Primero le da a Judas la oportunidad de reconsiderar lo que está haciendo cuando lo llama por nombre.  “’Judas – le dice -- ¿con un beso entregas al Hijo del hombre?’” Desgraciadamente el malvado no puede aprovecharse de la señal.  La gran bondad de Jesús se hace aún más palpable cuando su discípulo corta la oreja del criado con espada.  Sólo en Lucas Jesús se digna para sanar la herida. 

Guardado en la casa del sumo sacerdote, Jesús hace otro gran gesto de gracia.  Después de que Pedro lo niega, Jesús lo mira.  Inmediatamente Pedro recuerda cómo Jesús le dijo que iba a negarle tres veces antes de que cante el gallo.  La mirada le da a Pedro oportunidad de darse cuenta de su pecado.  Por eso, llora profusamente.  Muy posible también con la mirada Pedro recuerda la otra parte de la predicción de Jesús.  Le dijo en la Última Cena que había rezado por Pedro de modo que su fe no desfalleciera.

En el camino a la Calavera Jesús demora un minuto para dirigirse a las mujeres que lo siguen.  Ellas lloran por él, pero él les consuela, al menos un poquito.  Les dice que en lugar de entristecerse por él, ellas deberían pensar en sus propios hijos.  En su crucifixión Jesús se muestra como amigo de todos y de cada uno.  Reza a Dios Padre por sus verdugos y hace una excusa por sus acciones injustas: “’…no saben lo que hacen.’”  En cuanto nuestros pecados han contribuido a la muerte del Señor, Jesús reza por nosotros también.  Al malhechor crucificado con él que reconoce su delito Jesús tiene aún mejor beneficio.  Cuando el criminal le pide que le recuerde cuando llegue a su Reino, Jesús le responde con la promesa de la vida eterna.

Queremos recordar que Jesús es nuestro amigo.  Podemos contar con él en cualquier apuro donde nos encontramos.  En la tristeza, nos consuela.  En el pecado, nos perdona.  En la herida, nos sana.  Y en la desesperación, nos promete el premio eterno.  Sólo tenemos que arrepentirnos del pecado y volvernos a él.

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