El domingo, 16 de agosto de 2020


EL VIGÉSIMO DOMINGO ORDINARIO 

(Isaías 56:6-7; Romanos 11:11-15.29-32; Mateo 15:21-28)


Una mujer cuenta de su experiencia criando a su hija.  La niña nació con el síndrome Wolf-Hirschhorn.  Niños con esta enfermedad tienen cabezas pequeñas y ojos protuberantes.  También experimentan retrasos de desarrollo.  Cuando los médicos le dijeron a la mujer que su bebé era anormal, ella sólo quería que de algún modo se pusiera normal.  En tiempo aprendió rechazar este blanco falso.  Se determinó que haría todo posible para que su hija desarrollara lo mejor que pudiera.  En el evangelio hoy encontramos a una mujer con disposición semejante.  La cananea es determinada a hacer todo posible para ayudar a su niña.

A Jesús la mujer viene gritando: “’Señor, hijo de David, ten compasión de mí’”.  Aunque no es judía, ella reconoce a Jesús como el Mesías de Israel con poderes divinos.  El amor para su hija le mueve a postrarse ante él.  Entonces le pide a Jesús que le expulse el demonio atormentando a su hija.  Nosotros hoy día pedimos a Cristo algo semejante.  Queremos que Cristo nos acompañe durante la prueba de Covid.  Particularmente, queremos que él proteja a nuestros niños mientras regresan a sus estudios.

Nadie duda que la mayoría de los niños aprenden mejor en la escuela con sus maestras que en la casa con el Internet.  Pero hay diferentes opiniones sobre el riesgo de asistir en clases en persona.  ¿Contraerán los niños y las maestras el virus?  Si lo contraen ¿morirán de ello?  No se sabe con certeza.  Jesús muestra la misma incertidumbre cuando responde a la mujer.  Sabe que su misión es reconstituir las tribus de Israel con personas responsivas al amor de Dios.  En lugar de despedir a la mujer como sugieren sus discípulos, le explica su dilema con una parábola. Le dice que sanando a su hija sería como echando a los perros el pan de los niños. 

La mujer no se da por vencida.  Su fe en Jesús es sobrepasada sólo por su amor para su hija.  Ella responde aprovechándose del dicho de Jesús.  Dice que los perros valen las migajas de sus amos.  En otras palabras, Dios ama a los no judíos junto con los judíos.  La mujer está dando eco al profeta en la primera lectura. Los justos, sean judíos o no judíos, merecen puestos en la casa del Señor.  Como la cananea, nosotros no deberíamos dejar pidiendo al Señor el apoyo en la cuestión de la escuela.  Es preciso que los niños aprendan este año después de haber perdido tres meses en las aulas el año pasado. 

El Señor no va a abandonarnos.  Podemos contar con Él.  Vamos a ver a los niños saliendo de esta crisis bien.  Dios tiene más modos de ayudarlos que se puede imaginar. Nuestro papel es rezar con la insistencia y actuar con la sabiduría. Ciertamente la cananea experimenta la bondad de Jesús.  Escucha a Jesús pronunciar las palabras que ella anhelaba oír: “’Mujer, ¡qué grande es tu fe! Que se cumpla lo que deseas’”.

La fe de la mujer se ha probado grande.  Por razón de esta fe, su amor expandirá también.  Acudiendo a Jesús, ella tendrá que aceptar lo que él enseña sobre el amor por los demás.  Su amor para su niña crecerá en preocupación por todos los niños del mundo.  Es donde nos encontramos hoy.  En lugar de pensar sólo en lo que sea lo mejor para mi familia, nos falta considerar el bien común.  En algunos sectores puede ser que lo mejor es conducir las clases virtuales.  En otros puede ser clases en persona o una combinación de los dos medios.  De todos modos, nuestro amor estará transcendiendo el círculo cerrado del yo cuando aceptemos lo que los sabios deciden como lo mejor para todos.

¿Qué es la fe en Jesucristo?  ¿Es la convicción sobre lo que él enseña en los evangelios?  ¿Es la confianza en su poder para salvar?  A lo mejor es estas dos cualidades combinadas.  Sin embargo, podemos describir la fe tanto más eficaz como más sencillamente.  Es la cananea gritando a Jesús: “’Señor, hijo de David, ten compasión de mí’”.

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