El domingo, 11 de octubre de 2020

 EL VIGÉSIMA OCTAVO DOMINGO ORDINARIO

(Isaías 25:6-10; Filipenses 4:12-14.19-20; Mateo 22:1-14)

Hace seis años las cabeceras reportaron algo llamativo.  Dijeron que el papa Francisco cree que hay campo para las mascotas en el cielo.  Era noticia novedosa porque la Iglesia nunca había declarado sobre tal cosa.  Sin embargo, después de una investigación se determinó que el papa no dijo nada de la salvación de animales.  Los periodistas evidentemente estaban confusos.

No es que la Iglesia tenga desdén para los animales.  Más bien, ella ve solo a las personas humanas, hechas en la imagen de Dios, como dignos de un destino eterno.  Sí, los animales, particularmente los que tienen algún sentimiento, merecen respeto.  Pero sería como encontrar un burro volando en el aire ver un gatito vagando en el cielo.  Una cuestión más nudosa que los animales en el cielo es si todas personas humanas se encontrarán allí.  Por el amor que el Señor nos exige, esperamos que sí.  Sin embargo, el evangelio hoy indica que no es seguro.

Se debería escuchar la parábola de Jesús como relatando la historia de Israel.  Todos los elementos corresponden a las personas y eventos de esa nación.  El rey es Dios.  El banquete de bodas es la vida eterna que Él ha preparado para su pueblo.  Los criados que salen para invitar a la gente al banquete son los profetas. Los primeros invitados son los líderes del pueblo con dinero en sus bolsillos y arrogancia en sus corazones.  Cuando reciben la invitación del rey, buscan excusas de no asistir por despecho.  Como la parábola indica, los líderes de Israel trataron brutalmente a los profetas, particularmente a Jeremías.

Entonces el rey hace una segunda invitación.  Esta vez los criados son los apóstoles de Jesús que llaman al pueblo al arrepentimiento en su nombre.  Los que responden son tanto los criminales y prostitutas como la gente sencilla.  Ellos son aceptados en el banquete si han dejado sus modos anteriores para vivir como hijos e hijas de Dios.  Pero una persona se ha colado en la celebración sin cambiar su vida.  Se identifica por no haber un traje de fiesta.  Este traje es el vestido blanco bautismal simbolizando que la persona ha elegido una manera nueva de vivir.  Porque este hombre no se ha conformado a los modos de Dios, no pertenece en el banquete.

Leemos esta parábola en la misa no para aprender la historia de Israel sino para informarnos cómo complacer a Dios.  Como los filipenses en la segunda lectura están generosos con San Pablo, Dios quiere que ayudemos a los pobres.  Una parroquia pide compromisos de familias de hacer sándwiches para los pobres.  No es tarea difícil, pero aporta palpablemente el bien de los desafortunados.  Desgraciadamente muchas familias que se han comprometido no cumplen sus promesas.  Sin duda tendrán excusas comparables con aquellos de los primeros invitados en la parábola.  Están ocupados y tienen que cuidar a sus mascotas.  Estas familias también son como el hombre sin traje de fiesta; eso es, sin la reforma verdadera.

Un servicio del Internet da cinco excusas para no ir a trabajo.  Una excusa es que se espera una remesa grande.  Otra es que se tenía que hacer una cita con el veterinario para la mascota.  Al mundo le gustan tales excusas para evitar cosas desagradables.  Pero deberíamos cuidarnos.  El banquete celestial no es desagradable sino es la cosa más agradable posible.  No queremos pasar por alto la invitación.  Más bien, queremos hacer todo posible para aprovechárnosla.

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