El domingo, 4 de octubre de 2020

 El VIGESIMO SÉPTIMO DOMINGO ORDINARIO

(Isaías 5:1-7; Filipenses 4:6-9; Mateo 21:33-43)

No todos, pero muchos hombres sueñan de tener un terreno donde podrían hacer un huerto.  Plantarían frutales. Sembrarían verduras. Tendrían corral para un caballo o una vaca.  No sería de gran área el terreno, pero les rendiría no solo frutas sino también la paz.  Este sueño es la base de la parábola de Jesús en el evangelio hoy.

El propietario presta su viña a algunos trabajadores.  La tierra es fértil y bien preparada.  Con esfuerzo puede producir mucho fruto.  Se puede entender la viña como la posibilidad de la buena vida que se proporciona a cada uno de nosotros.  Tenemos no solo cuerpos para trabajar físicamente.  Aún más maravillosa, tenemos almas para imaginar y realizar nuestras ideas.  Estas capacidades cualifican a los humanos como cocreadores con Dios, aunque mucho más inferiores.

Sin embargo, no somos libres para hacer cualquiera cosa que nos dé la gana.  Siempre tenemos que hacer la justicia.  Eso es, no debemos defraudar a nadie ni mentir.  También, porque todos somos vinculados, tenemos que cuidar al uno y al otro, particularmente a los débiles.  En primer lugar, somos responsables por los nuestros; eso es, por nuestros hijos y nuestros padres mayores.  Pero nuestra responsabilidad se extiende también a los pobres, a los infantes, incluso a los no nacidos, y a los ancianos.  La justicia abarca también el agradecimiento a Dios.  Donde la parábola dice que el propietario envía “a sus criados para pedir su parte de los frutos”, tiene en cuenta todos estos actos de la justicia.

Sin embargo, los trabajadores de la viña no rinden la justicia a los criados sino la desgracia.  En la época de los reyes de Israel, el pueblo abusó a los profetas.  La parábola sigue a predecir lo que los sumos sacerdotes y líderes del pueblo judío harán a Jesús: le echarán mano, lo sacarán fuera de la ciudad y lo matarán en la cruz.  Por eso, el propietario toma la viña a los trabajadores para dársela a los otros.  Esto es lenguaje parabólico.  Significa que Dios tomará la promesa del Reino a los judíos para darla a los discípulos de Jesucristo.

Se puede decir que, aunque la promesa del Reino se ha pasado a los cristianos, no es seguro que todo cristiano lo heredará.  Es posible que algunos pierdan su herencia por la misma falta de justicia.  Hay una pareja que trabaja siete días por semana para ganar la vida.  Tienen cuatro hijos todavía jóvenes. Aunque estos padres pueden proveer a sus hijos con teléfonos y zapatillas de deporte Nike, tienen que darles más.  Tienen que proporcionarles su atención y su cariño.  También deben honrar a Dios el domingo como se nos manda.  Si no cumplen estas responsabilidades, son ni buenos padres ni hijos de Dios dignos.

Ahora festejamos a San Francisco de Asís.  Era persona que siempre tenía en cuenta a los pequeños, sean los pobres o las responsabilidades cotidianas.  El introdujo el pesebre de Navidad para ayudar a los pobres contemplar la encarnación de Dios como hombre.  También, tenía siempre en su corazón alabanzas a Dios por la creación.  Imitamos su espíritu cada vez que cuidemos a los débiles. De igual importancia, nos probamos herederos del Reino cuando demos a Dios las gracias.  Qué estas cosas sean los frutos de nuestras almas: cuidar a los débiles y dar gracias a Dios.


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