El domingo, 20 de septiembre de 2020

 EL VIGESIMOQUINTO DOMINGO ORDINARIO

(Isaías 55:6-9; Filipenses 1:20-24.27; Mateo 20:1-16)

“Pago igual para trabajo igual”. Esto es principio tan sólido en el mundo laboral como el quinto mandamiento en la fe judío-cristiana.  Sin embargo, acabamos de escuchar a Jesús contando una historia en la cual el propietario no lo da.  De hecho, paga a unos trabajadores al menos diez veces más que otros por el trabajo rendido.  Nos preguntamos: “¿Dónde está la justicia en esto?” Pero tenemos que darnos cuenta de que Jesús no está comentando sobre la justicia laboral.  Para encontrar lo que Jesús quiere decir en la parábola hay que examinar su contexto en el Evangelio según San Mateo.

Jesús estaba en el camino a Jerusalén cuando un joven rico se le acercó. Quería saber qué tiene que hacer para ganar la vida eterna.  Jesús le dijo que tiene que vender todas sus pertenencias, dar el dinero a los pobres, y seguir a él.  Ni el dinero del rico ni cualquier hecho que pudiera cumplir por sí mismo le ganaría el Reino de Dios.  Cuando los discípulos de Jesús escucharon esto, quedaron estupefactos.  Para ellos los ricos tienen acceso al cielo porque tienen recursos para sacrificios por sus pecados.  Es posible que nosotros también quedemos sorprendidos por este juicio de Jesús.  Nos gusta pensar que las obras buenas que hacemos nos ganarán un rinconcito en el cielo.  Para instruir a personas como nosotros en los modos de Dios, Jesús cuenta la parábola de los trabajadores en la viña.

La historia comienza en la madrugada con el propietario empleando a varios hombres. Llegan a un acuerdo: pagará a cada uno un denario por un día de trabajo.  Esta cantidad es más o menos suficiente para apoyar al trabajador y su familia por un día.  A diferentes horas hasta la tarde el propietario sale de nuevo para emplear a más trabajadores.  No les habla de pagos.  Al final del día, el propietario paga a todos los trabajadores el mismo denario como se acordó a pagar a aquellos en la madrugada.  Naturalmente, los obreros que han trabajado todo el día sienten engañados.

 Con la parábola Jesús no quiere impartir una lección sobre la economía laboral sino explicarnos los modos de Dios. Por supuesto, el propietario de la parábola representa a Dios. Como dice la primera lectura, sus modos no son como nuestros. En primer lugar, Dios no quiere ver a ninguna familia vaya con hambre. Más bien, quiere que todas tengan la suficiencia de recursos para vivir con dignidad.  Por eso, el propietario paga a todos igualmente. Pero hay significado más profundo aquí.  Jesús está diciendo a personas como nosotros que la entrada del Reino no depende de la cantidad de trabajo que hacemos.  No, es una selección libre de parte de Dios para sus hijos e hijas.  Ciertamente tenemos que responder a la oferta de Dios con obras buenas.  Notamos cómo nadie recibe el pago sin trabajar al menos una hora.  Pero el Reino de Dios es primera y últimamente un don de Dios para Sus hijos e hijas que lo aceptan en la fe.

Se puede decir que la mayoría de nosotros aquí presentes hemos estado trabajando en la viña por un tiempo largo.  Nos hemos esforzado para asistir en la misa todo domingo.  Hemos disciplinado nuestros deseos para comida, bebida, y sexo.  Tratamos de decir siempre la verdad.  Por eso, es posible que algunos sientan envidiosos de aquellas personas que se integran en la fe después de arrepentirse de una vida de puro placer.  Pero este tipo de pensar es tonto como la segunda lectura atestigua. 

Pocos hombres han trabajado por la fe más duro que San Pablo.  No obstante, en la lectura él nos dice que está dispuesto a seguir trabajando si es la voluntad del Señor.  Sabe que trabajando por el Señor tiene sus propios premios.  Cuando lo hacemos, estamos entre personas confiables.  Aprendimos cómo Dios ama a todos aún nosotros a pesar de nuestros pecados. Sobre todo, tenemos una relación de fe con el Señor que nos sostiene en tiempos buenos y tiempos malos.

A veces vemos letreros diciendo que una tal compañía o un tal bufete de abogados es de “fulano e hijos”.   Jesús en esta parábola nos cuenta que los modos de Dios son así.  La vida eterna es de “Dios y sus hijos”.  Dios nos ha seleccionado a nosotros para ser sus hijos e hijas de Dios con un rinconcito en el cielo como herencia.  Qué le respondamos con obras buenas.


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