El domingo, 27 de septiembre de 2020

 EL VIGESIMOSEXTO DOMINGO ORDINARIO

(Ezequiel 18:25-28; Filipenses 2:1-11; Mateo 21:28-32)

Una vez un querido teólogo describió una falta que tenía.  El hombre estaba dando una charla en una conferencia de académicos.  Por una gran parte hablaba de un colega que era el teólogo más conocido en este país en su tiempo.  Dijo el charlista que su colega hizo todo con la perfección.  Entretanto – siguió -- a él no le importaba la perfección.  Bromó que él sólo quería hacer cosas “un poco mejor” que los demás. 

Por lo menos este hombre quería que sus hechos fueran verdaderamente superiores a aquellos de otras personas.  La mayoría de nosotros quieren sólo que nuestros hechos sean vistos como mejores.  No nos importa mucho si en verdad son superiores.  Somos personas presunciosas; eso es, personas vanas.  No hemos tomado a pecho las palabras de San Pablo en la segunda lectura hoy.  Dice: “Nada hagan por espíritu de rivalidad ni presunción…”  Al contrario, el santo apóstol quiere que seamos humildes como Cristo.

La persona humilde reconoce tanto sus limitaciones como sus posibilidades. No pretende ser médico si tiene dificultades en la escuela. También el humilde no ambiciona ser reconocido como el más grande de todos, sino procura hacer lo que pueda para el bien de los demás.  Sabe que todo el mundo tiene sus propios talentos y que solo Dios merece ser adorado. Hay un sacerdote que nunca ha querido ser párroco principal. A lo mejor no tiene mucha capacidad con la administración.  No obstante, como cura dedicado al servicio, el sobresale.  Siempre está dispuesto a visitar a los enfermos y escuchar las confesiones. 

La persona humilde tampoco se jacta sobre lo que ha hecho.  Él o ella sabe que no es responsable por todo lo bueno que ha hecho.  Más bien, se ha formado por la crianza de sus padres, por la diligencia de sus maestros, por el ejemplo de sus compañeros, y, sobre todo, por la gracia del Espíritu Santo.

Como siempre, Jesús es el mejor ejemplo de la humildad.  Él podía haber existido en la harmonía con su Padre y el Espíritu Santo para la eternidad.  Pero se humilló a sí mismo tomando la carne humana para que nos salvara.  Por hacerse como nosotros, Jesús nos ha enseñado como vivir en este mundo de pecado.  No sólo esto, sino también murió en la cruz para vencer el poder del maligno sobre nosotros.

En el evangelio Jesús propone una parábola con dos hijos.  Seguramente en la narrativa de Mateo la parábola demuestra a los líderes judíos que no son tan grandes como piensen.  Sin embargo, se puede entender el significado de la parábola en otra manera.  El primer hijo es él a quien le falta la humildad.  Habla sólo para complacer a los demás, aun si tiene que mentir.  Entretanto, el segundo hijo es el que habla sólo la verdad.  No trata de engrandecerse en los ojos de su padre.  En el fin, él se humilla arrepintiéndose por haber rehusado a cumplir el mandato de su padre.

Hace poco murió la Señora Katherine Johnson.  Era matemática que trabajó mucho tiempo con la agencia de espacio externo de EE. UU.  También era negra, una característica que junto con ser mujer la hizo bastante diferente que la gran mayoría de sus colegas.  Cuando era chica, la Señora Johnson recibió de su padre un consejo sobre la humildad.  No coincide perfectamente con el consejo de San Pablo, pero va en el mismo rumbo.  Le dijo su padre: “Eres tan buena como cualquier otro…pero no eres mejor”. Estaremos bien si nos vemos a nosotros así: tan buenos como cualquier otra persona, pero no mejores.


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