El XXXII Domingo “durante el año”
(I Reyes
17:10-16; Hebreos 9:24-28; Marcos 12:38-44)
Las
lecturas hoy tocan un cuerdo en nuestros corazones. Siempre nos sentimos por
las viudas. La primera y la tercera
lectura hoy nos presentan viudas que nos llaman no sólo la simpatía, sino
también la admiración e imitación.
Aunque la
viuda de Sarepta no es israelita, ella reconoce a Elías como profeta de
Dios. Por eso, considera su petición
para el pan como mandato divino de que no se permite esquivar. Se lo prepara, y queda bendecida. Se realizará la profecía de Elías que nunca
le falte la harina en su tinaja y tampoco le agote el aceite en su vasija.
En el
evangelio nos encontramos con Jesús en el área del Templo. Acaba de separarse definitivamente del
liderazgo judío, pero no de los judíos.
Los fariseos y saduceos se han mostrado como arrogantes y
oportunistas. Querrían explotar aun a
las viudas. Al menos en los ojos del
evangelista Marcos, no valen para guiar al pueblo a Dios.
Una viuda
llama la atención de Jesús. Su donativo
al Templo, aunque sea el más pequeño entre la gente presenta, muestra la fe
verdadera. Los aportes de los ricos
pueden ser meritorios en cuanto sus motivos sean justos. Pero las dos moneditas
depositadas por la viuda en la alcancía ciertamente valen la laude. Ella habría guardado una para sus propias
necesidades de vivencia, pero prefiere dar todo lo que tiene por la gloria de
Dios.
Se puede
preguntar: ¿es prudente su donativo?
Podemos contestar “sí” porque la prudencia dicta lo más correcto y
beneficioso en una situación dada. Se
presume que la viuda tiene un motivo para hacer un sacrificio tan costoso. Puede ser para pedir el perdón de Dios por su
esposo muerto. También se presume que
elle tiene otros medios para sobrevivir.
Tal vez tendrá que pedir la ayuda de vecinos o seguir trabajando, aunque
es débil.
Jesús se
aprovecha de la ofrenda de la viuda para enseñar una vez más a sus
discípulos. Los toma aparte como es su
costumbre. Entonces les avisa de tal
gran donación que ella hace. Este
sacrificio sirve como prototipo de lo suyo desde que pronto entregará su propia
vida como sacrificio para redimir al pueblo del pecado. Como sus discípulos
tienen que llevar sus propias cruces en imitación de él, la donación es también
prototípica de su discipulado.
Deberíamos
preguntar a nosotros mismos si es necesario que demos todo por la gloria de
Dios. La respuesta correcta es, otra
vez, “sí”, pero siempre con discernimiento.
Cuando proveemos por nuestras familias tanto como por los pobres,
estamos glorificando a Dios. Aun cuando
usamos algunos recursos por nuestra edificación puede glorificar a Dios. Sin
embargo, cuando los usamos por motivos pecaminosos o egoístas, no podemos
reclamar que sirvan ni a Dios ni a los demás.
Casi
siempre son los pobres que nos señalan el camino de Jesucristo. No todos, pero algunos aprecian más que
nosotros que es él que se humilló para compartir nuestro estado mortal y
levantarnos a la salvación. Los pobres también
reconocen que al final de cuentas es él, no a nosotros y mucho menos a los
poderosos, que debemos procurar a complacer.
A veces son los pobres que nos enseñan cómo vivir verdaderamente bien.
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