III DOMINGO “DURANTE EL AÑO”
(Nehemías
8:2-4.5-6.8-10; I Corintios 12:12-30; Lucas 1:1-4.4:14-21)
Hemos
estado leyendo del Evangelio según San Lucas en los domingos por casi dos
meses. Ahora recibimos una introducción
a la obra. Viene en dos formas. Primero, hay el prólogo que Lucas mismo
escribió por sus lectores. Segundo,
Jesús revela el programa de su ministerio como un tipo de discurso de
inauguración. Reflexionando bien sobre
estos pasajes sabremos mejor cómo entender la mayoría de las lecturas
evangélicas dominicales hasta diciembre.
No sabemos
nada con certeza del autor. Nunca se
identifica a sí mismo en esta obra ni en los Hechos de los Apóstoles que
escribió como una secuela. Lo llamamos
“Lucas” por referencias al evangelio en el final del segundo siglo. Realmente no importa su nombre. Lo que nos importa es que en el prólogo el
evangelista explica su motivo para escribir el evangelio y sus métodos de
hacerlo.
Evidentemente,
había muchos dichos de Jesús, historias de sus obras, aun relatos de su vida
cuando Lucas preparaba el evangelio. Sin
embargo, nada era realmente completa y bien expresada. Por eso, dice en el prólogo que quiere
producir un relato ordenado de la vida de Jesús desde el anuncio de su
venida hasta el regreso al Padre en el cielo.
Lucas llama
a su lector “Teófilo”, pero tampoco se sabe quién sea esto. De verdad, puede ser todas personas de buena
voluntad desde que el nombre griego significa “amante de Dios”. Sea por él o por ellos, Lucas escribe que ha
investigado los documentos relevantes y ha conducido entrevistas con testigos
oculares para producir su historia.
Encontramos
a Jesús en el evangelio hoy en Galilea, el territorio de su crianza. Está allí no simplemente por su propia
voluntad sino “impulsado por el Espíritu Santo.” Lucas hace hincapié en el Espíritu Santo
tanto en los Hechos de los Apóstoles como en el evangelio. Lo describe como el animador de mucha de la
acción. En Galilea, según el pasaje,
Jesús ha tenido gran éxito como maestro.
Lucas sigue
con el relato de lo que pasa cuando Jesús llega a Nazaret. Es sábado, y como todos los judíos
observantes Jesús va a la sinagoga. Allí
se le pasa un rollo de Escritura como se haría a cualquier maestro al tiempo. Entonces Jesús escoge y lee del Libro del
Profeta Isaías. Son las primeras
palabras que pronuncia como un adulto en el evangelio.
La lectura
proclama que el profeta ha sido ungido por el Espíritu Santo. Esto no es reclamo de poca importancia. Está atestiguando que él es el Mesías de Dios
bien esperado que traerá gloria a Israel mientras ilumina a las naciones con
los modos del Señor. Comisionado por el
Espíritu, tiene el mandato para anunciar buenas noticias a los pobres, dar
vista a los ciegos y libertad a los cautivos, y proclamar un año de gracia al
mundo. Se puede interpretar esta agenda
para nuestro tiempo como lo siguiente.
El ungido levantará las esperanzas de aquellos que son privados de
recursos materiales. Además, abrirá los
ojos de aquellos que no ven a Dios como su Padre ni a otras personas como sus
hermanos y hermanas. También, liberará a
los cautivos de drogas, alcohol, sexo y otros amigos falsos. Finalmente, pero también importante, contará
al mundo entero del favor de Dios hacia ellos.
Una vez que
termina la lectura, Jesús habla por su propia cuenta palabras reveladoras. Dice: “Hoy mismo se ha cumplido este pasaje
…” Está declarando dos cosas de inmensa importancia. Primero, se identifica a sí mismo como el
Mesías por fin llegado para cumplir las esperanzas de los pobres y los
debilitados. Segundo, lo hará “hoy”, no
mañana ni ayer sino “hoy”. Hombres y
mujeres de buena voluntad deben incorporarse para escuchar bien. El rey ha venido no para oprimirlos sino para
dar cumplimiento a sus deseos más nobles.
Ya tienen que hacer, como María dijo en el evangelio del domingo pasado,
“lo que él les diga”.
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