XXXIII
DOMINGO ORDINARIO
Malaquías 3:19-20; II Tesalonicenses 3:7-12; Lucas 21:5-19
Hoy, en el
Evangelio encontramos a Jesús en Jerusalén. Ha completado su largo viaje desde
Galilea. De hecho, está entregando su último discurso al pueblo. En él, subraya
tres temas que ha tratado durante el camino. Revisémonos estos temas, cada uno
de los cuales toca íntimamente nuestras vidas espirituales.
Jesús está dentro
del Templo con la gente. Algunos comentan sobre la solidez del edificio; otros
se maravillan de su belleza. Pero Jesús les advierte contra poner la fe en las cosas
creadas como si fueran eternas. Este es el primer tema para nuestra reflexión. Dice
Jesús que el Templo, con sus hermosas ofrendas votivas, pronto será demolido.
Igualmente desatinada es la fe en hombres que reclaman ser ungidos por Dios.
Cuando
miramos a nuestro alrededor en los nuevos suburbios, vemos muchas casas
grandes. Parecen palacios, con habitaciones múltiples para solo pocas personas.
No son malas en sí mismas. Pero cuando sus habitantes viven sin ninguna
consideración por aquellos cuyos salarios no cubren la renta, entonces esas
casas se convierten en tropiezos para la vida espiritual. Lo mismo ocurre con
los cruceros, los autos de lujo o cualquier otra cosa extravagante que acapara
nuestra atención hoy en día. Tampoco son necesariamente malos en sí, pero
pueden interferir con nuestra primera responsabilidad: cumplir la voluntad de
Dios.
En su
discurso, Jesús predice las persecuciones que sus discípulos tendrán que
soportar. Dice que, antes de que lleguen las catástrofes que marcarán el fin
del mundo, serán odiados, traicionados, encarcelados e incluso asesinados. La
persecución de los discípulos es el segundo tema para nuestra consideración.
Los primeros seguidores de Jesús sufrieron matanzas por parte de Herodes en
Jerusalén y por el emperador Nerón en Roma veinticinco años después. Además, hubo muchas otras a lo largo de los
siglos. Hoy en día, las persecuciones continúan en Nigeria donde decenas de
miles de cristianos han sido asesinados en los últimos diez años.
Pocos de
nosotros seremos asesinados por nuestra fe en Cristo, pero eso no significa que
no enfrentaremos persecución. Cuando fue nominada para la Corte Suprema de los
Estados Unidos, la jueza Amy Coney Barrett fue criticada por miembros del
Congreso por ser una católica extrema. El cargo en su contra fue que cree que
el aborto es malo. Si expresas tu fe abiertamente—por ejemplo, bendiciendo la
comida en un restaurante o mencionando cómo Cristo te ha ayudado— no dudes que más
temprano o más tarde serás ridiculizado. Incluso algunos familiares pueden
criticarte por ser fiel a los fundamentos de la fe.
Jesús no
deja de anunciar la buena noticia. Después de advertir sobre las dificultades
que vendrán, nos asegura los beneficios de unirnos a él. Su frase: “... no
caerá ningún cabello de la cabeza de ustedes” es difícil de entender, ya que
muchos discípulos han sufrido el martirio. Quizás quiere decir que el Padre,
que tiene contados los cabellos de sus hijos (Lc 12,7), no permitirá ser
perdidos aquellos que sufren por causa de Jesús. De todos modos, después de
esta frase difícil, Jesús asegura a sus fieles: “Si se mantienen firmes,
conseguirán la vida”. La vida que tiene en mente es la que durará para siempre:
la vida eterna. Este es el tercer tema del discurso de Jesús.
Nuestra
esperanza de que nuestra vida no termine con la muerte corporal es fundamental
para la vida cristiana. Los apóstoles predicaban a Jesús resucitado de entre
los muertos. San Pablo se atrevió a escribir: “... si los muertos no resucitan,
tampoco Cristo resucitó”. Recientemente, un sociólogo famoso escribió sobre su
conversión a la fe en Cristo. El estímulo para su creencia recién encontrada fue
la evidencia científica de que el alma existe fuera del cuerpo. Nuestra fe
cristiana va mucho más allá de la supervivencia del alma. Afirma la
resurrección del cuerpo al final de los tiempos. Sin embargo, desde los
primeros siglos, la Iglesia ha depositado su fe en la continuación del alma
hasta que se reúna con el cuerpo.
l próximo
domingo concluiremos la lectura del Evangelio de San Lucas en los domingos. El
evangelista nos ha entregado varias lecciones sobre la espiritualidad
cristiana. Además de lo que hemos revisado hoy, hemos sido instruidos a ser
compasivos con los que sufran, inclinados a perdonar a aquellos que nos
ofendan, y persistentes en la oración. Sigamos adelante ahora con Jesús como
guía a una vida más rica que jamás terminará.
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