El domingo, 14 de marzo de 2010

IV DOMINGO DE CUARESMA

(Josué 5:9.10-12; II corintios 5:17-21; Lucas 15:1-3.11-32)

Ya no sólo los ciegos escuchan a los libros grabados. También los conductores pueden disfrutar de las obras de Gabriel García-Márquez o de Isabel Allende. Pero no deberíamos pensar en los libros grabados como simplemente leídos. Más bien son actuados con un actor representando los papeles de los diferentes personajes encontrados en la historia. Así deberíamos ver a nosotros mismos representando los papeles de los tres personajes principales en la parábola del evangelio.

Algunos de nosotros vemos a sí mismos fácilmente como el hijo menor. Tal vez somos el último en la familia o simplemente la “preferida de tata”. Pero en un sentido casi todos de nosotros asemejamos al hijo menor de la parábola. Pues casi todos de nosotros hemos dejado la casa de nuestros padres para buscar la riqueza en el mundo – sea por comenzar una familia, sea por estudiar, o sea por tomar empleo en otra parte. En el proceso nos olvidamos del amor inagotable de Dios y como resultado, las normas del mundo reemplazan el plan de Dios para nosotros. Ponemos nuestros corazones en ganar millones en vez de crecer en la sabiduría. Deseamos los placeres del cuerpo en vez del bien común. Se puede extender la lista pero no es necesario. En cada vuelta anhelamos lo pasajero y pasamos por alto lo bueno que nos forma como nuestro Padre en el cielo.

En la parábola el hijo menor sufre por la falta de prudencia, recuerda la bondad de su padre a todos, y regresa a casa para pedir la misericordia. Todos nosotros tenemos que dirigirnos en el mismo rumbo. Es el redescubrir del amor de nuestro Padre Dios que nos pone en movimiento. Este amor es como un diamante – sin tiempo, sin precio, y sin corrosión. Nos provee una vida estable y un destino esperanzador.

Nosotros que acudimos la misa dominical no deberíamos tener dificultad representando el papel del hijo mayor. Pues, Jesús incluye este personaje en su historia por los fariseos, los más fervientes en la religión. Guardando, al menos en la superficie, todos los mandamientos, creemos que merecemos toda la atención de Dios Padre. Por eso, nos molesta mucho cuando otra persona quiere colarse en la fila donde hemos estado esperando. O murmuramos cuando el jefe o el párroco elogia al otro cuyo aporte no nos parece tanto como lo nuestro.

La miopía del hijo mayor no le permite percibir la magnanimidad de su padre. Enojado con la celebración para su hermano, el mayor no se da cuenta del hecho como su padre se ha humillado a sí mismo para llamarlo a la fiesta. Ni aprecia que la herencia que queda ya pertenece a él. Seguramente es penoso vivir con resentimiento y envidia. Pero no estamos sin remedios cuando parece que no recibimos todo lo que merecemos. Podemos escoger a vivir en la gratitud por lo que tenemos. Particularmente nosotros aquí tenemos mucha razón para agradecer a Dios. En primer lugar, la mayoría de nosotros tenemos familias que nos quieren. Segundo, vivimos en una sociedad libre con oportunidades de aprender y de trabajar. Finalmente, tenemos la fe que nos provee acceso a la fuente y el término de la vida. En lugar de obsesionarnos sobre cómo injusto parezca el mundo, pudiéramos ofrecer oraciones de gracias.

Llamamos la parábola “El hijo pródigo”, pero es el padre que domina la historia. Un símbolo para Dios, el padre se incomoda para buscar a los dos hijos extraviados. ¿Cómo podemos imitar a él? El padre se acoge a su hijo menor sin darle un discurso sobre la economía. También nosotros deberíamos aceptar a todos encomendados a nuestro cuidado – no sólo a hijos sino también a parientes, amigos, y asociados. Posiblemente no podamos aprobar todas sus acciones pero de todos modos queremos mostrar nuestro afecto hacia ellos. Una vez una mujer llorando que su hija era homosexual vino a pedir el consejo de un sacerdote. Ojala que tomara a cariño sus palabras que no es pecado ser homosexual y que la hija necesita el apoyo de su madre. Más allá que la aceptación tenemos que pasar tiempo con aquellos en nuestro cuidado. Nos instruye cómo el padre en la parábola interrumpe su festejar para ayudar a su hijo mayor superar su ira. No le exige que se una en la celebración pero demora para explicar el propósito de la fiesta. El tiempo para amistades, aún tiempo para los hijos está haciéndose cada vez más escaso. Se ha informado que la gente no visita ni a sus amigos ni a sus parientes con tal frecuencia como hacía una generación. Tampoco están los padres pasando tiempo con sus propios hijos. Estas tendencias son lamentosas. Pues, la confianza, como una perla, requiere un gran rato para construirse.

La última escena del cine “Maestro y comandante” muestra un buque de vela haciendo una media vuelta en el medio del océano. Esto puede simbolizar al hijo menor regresando a su padre en la parábola de Jesús. También asemeja a cada uno de nosotros durante la cuaresma. Ya es tiempo para darnos cuenta de que nos hemos extraviado en la búsqueda de diamantes. Ya es tiempo para redescubrir la perla del amor de Dios para cada uno de nosotros y para formarnos como a Él. Ya es el tiempo para formarnos como Dios.

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